Si de veras queremos acabar con la corrupción, las consultas y los escándalos no son suficientes. De hecho, de tanto intentar convertir este delito en un sambenito moral comienza a cansar al ciudadano común: el debate no ha iniciado y ya se está banalizando.
Los colombianos ni siquiera sabemos exactamente de qué hablamos cuando hablamos de corrupción. Cada quien tiene su propia idea al respecto. La polarización política ha llevado a desconceptualizarla: se juzga o apoya al corrupto dependiendo de los intereses políticos de cada cual. Este cinismo es, quizá, lo más perverso que han logrado los politiqueros interesados en dividir en dos bandos al país.
La corrupción no tiene ideología. En la izquierda o en la derecha se practica por igual. Quienes comulgamos con una u otra forma de hacer política somos quienes la definimos con sesgo. Aun con la evidencia en la mano, hay una negación a aceptarla. Hay una ceguera deliberada en cuanto preferimos mirar hacia otro lado cuando se trata de un amigo o es un seguidor de nuestra misma causa. Hasta lo justificamos con frases que nos escandalizarían si el corrupto fuera del lado contrario.
Hay, peor, esa terquedad por ganar una discusión y por no asumir públicamente la vergüenza de tener que aceptar la vergüenza misma. Es una discusión tonta y banal en la que, como siempre, pierde Colombia. Lo de Carrasquilla es un buen ejemplo de la necesidad del debate para ponernos de acuerdo y definir qué es corrupción y llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos como “lobby” en lugar de soborno. Lo que el actual minhacienda hizo constituiría un acto de corrupción más allá de qué tanto se haya enriquecido o no, o de si fueron más o menos los municipios afectados. La corrupción no se juzga a partir de resultados. Basta la comisión del delito.
El solo hecho de constituir una empresa en Panamá ya genera una sospecha porque está envuelto en un aura de clandestinidad: hay algo turbio que se busca esconder. Como me dijo un amigo: “Carrasquilla hizo un negocito del carajo”. Así haya tenido inicialmente las mejores intenciones, estructuró una operación de la que luego obtuvo ganancias. Es lo que resume la expresión coloquial “puerta giratoria”: obtener un beneficio del anterior cargo público “produciendo conflictos de interés entre la esfera pública y la privada, en beneficio propio y en perjuicio del interés público”.
Tan pronto se conoció la noticia (noticia, no escándalo, pues al decir escándalo de inmediato revestimos de moralidad el delito), Duque salió a apoyar a su ministro, quizá por esa misma ceguera deliberada mencionada atrás. El Presidente desaprovechó esta oportunidad: prefirió la politiquería antes que el poder. Hasta los más uribistas hubieran aplaudido su decisión de hacerle frente sincera a la corrupción. Así el jueves la moción de censura no pase en el Congreso, esta mancha de Carrasquilla lo debilita políticamente. La oposición sabrá cobrarla al momento de la Reforma Tributaria.
@sanchezbaute
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