Cuesta escribir. Cuesta hablar. Cuesta respirar. A la hora en que mis dedos pulsan las teclas se conoce la ejecución, porque de eso de se trató, de un joven artista en Cali. Del horroroso hecho fueron testigos muchos usuarios de redes sociales conectados a esa hora con una transmisión en vivo. Nicolás Guerrero era su nombre. 21 años era su edad.
Y como con Nicolás, en estos días fuimos testigos del dolor de una madre que pedía a gritos que la mataran como hicieron con su único hijo. Vimos sangre en el piso, nubes de gas tóxico sobre la gente, piedras cruzando el aire, estruendos, camiones de la policía llenos de muchachos de los que no se sabe rumbo. Vimos indignación porque tumbaron la estatua de un violador colonizador y esclavista. Vimos un descarado acomodo del discurso informativo por parte de algunos medios que ya no disimulan su servilismo. Vimos vida y vimos muerte. Colombianos pobres baleando a colombianos pobres mientras los titiriteros de esta macabra obra se resguardan en sus feudos y nos mandan a la guerra al resto. Porque eso es lo que es y de eso se trata. De la guerra y el miedo hicieron su negocio. Vampiros modernos que chupan la sangre sin acercarse a los cuellos.
Por si faltara, el inexperto e incapaz poder ejecutivo que hace los mandados y pone la cara quedó en evidencia por el pésimo manejo que ¿hizo? de una situación anunciada y esperable luego de la tozudez con que seguía defendiendo una reforma tributaria que ya era un cadáver insepulto. Fiel al talante pendenciero y a las consignas de “plomo lo que hay y plomo es lo que viene”, que caracterizan el credo de la secta, se negaron a propiciar el diálogo y prefirieron seguir con su monólogo. Hoy les corren lágrimas de cocodrilo mientras siguen estigmatizando el derecho a la protesta justa y pacífica, como mayormente es a pesar de que los parlantes del régimen digan lo contrario. Lamentablemente el vandalismo y el bandidaje anárquico aprovechan estos espacios para camuflarse y hacer de sus repudiables fechorías parte inconcebible del decorado. La fuerza pública, que muchas veces sabe quiénes son, debería apuntar a ellos sus bolillos y no, como ha pasado, a quien protesta armado con su voz y sus argumentos. Anarquía también se percibe en el manejo de las supuestas fuerzas del orden: O se mandan solas, o las mandan con un tuit. Los alcaldes parecen unos meros muñecos de cartón.
Se cayó la reforma y cayó parado Carrasquilla. Mínimo debería también renunciar Molano y ojalá se archive la leonina reforma de salud que proponen Vargas Lleras y sus amigotes. Y ya que estamos hablando de mínimos, a ver si con un mínimo de sentido común el gobierno entiende que el recaudo aumenta en la medida en que la economía se reactive, y para eso lo que se requiere urgentemente es que la vacunación sea masiva y eficaz para que se puedan suavizar las actuales restricciones de movilidad. Empecemos por ahí.
Que la tierra te sea leve, Nicolás. A ti y a todos los jóvenes que este país mata a diario.
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@alfredosabbagh