Por momentos, cada vez más seguidos y largos, este 2020 se asemeja a un agujero negro que engulle todo lo que le pasa cerca. A falta del dictamen que la historia se encargará de dar una vez el tiempo trace prudente distancia, bien pudiéramos aventurar como hipótesis que la pandemia llegó para acelerar la desaparición de la ilusión de progreso y desarrollo con que se había vestido a la desigualdad social que siglos de plutocracia reinante le han traído al mundo entero. Debajo de la capa de pañete se esconden, o escondían, enormes y estructurales grietas que poco o nada fueron priorizadas cuando se debía. De hecho, parece que aún tampoco.
En la sociedad de la hiperconexión, en la materialización de la “aldea global” de la que el investigador Marshall Mcluhan hablaba desde los años 60 para referirse a las consecuencias de un acceso inmediato y ubicuo a la información, resulta hasta paradójico que sea la polarización, entendida como la “preponderancia del extremo”, la postura crítica más repetida ante los acontecimientos que nos rodean. Ahora que, en teoría, se puede acceder a más datos, fuentes y opiniones, se opta por aferrarse mayormente al dogma. Sea por miedo o por comodidad, andamos atados a anacronismos mentales y sociales que limitan las posibilidades de interactuar y aprender del otro. Debería volverse dogma el dudar de los dogmas, controvertirlos, mirarlos de reojo, darles la vuelta, compararlos, descubrirles el cobre sin taparles el eventual oro.
La actualidad nacional, claramente marcada por la citada preponderancia del extremo y agravada por la postura cínica de un gobierno divisor, bravucón cuando mira hacia abajo y de meliflua sonrisa cuando mira hacia arriba, con voceros impresentables como el ministro Trujillo, temprano candidato del citado continuismo anacrónico graduado en descargar culpas en el retrovisor; se marca desde días pasados por manifestaciones de la sociedad civil en vías públicas, algunas lamentablemente aprovechadas por grupúsculos al servicio de los violentos aferrados a los extremos ciegos para querer imponer su caos, mismo que fue amplificado sin rigor ni criterio por parte de algunos medios hegemónicos. Esta combinación malsana y repetida pretende deslegitimar la protesta y el rechazo ante innegables e injustificables casos de abuso de autoridad, como si la gravedad del hecho fuera menor a la respuesta, o como si una pared pintada valiera lo mismo que una vida. Nunca lo valdrá.
Lo que ha empezado a moverse por parte de la sociedad civil no puede parar ahora. Al contrario, debe moverse más y mejor, con un rechazo claro a infiltraciones violentas, alzando la voz para rechazar lo rechazable y a la vez socializar propuestas propias, positivas e incluyentes. Parafraseando un mensaje que llegó por redes, solo parando cuando pare lo que está mal. Es mucho lo que hay por hacer y tres generaciones no fueron capaces. Le llegó el momento a una nueva de hacerlo.
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@alfredosabbagh