Así bautizó unas décadas atrás el genio irreverente e inolvidable de Álvaro Cepeda Samudio al Junior de Barranquilla, quizá al tenor de unas cervezas en el Mediterráneo o luego de algún partido de domingo en la tarde en el Romelio, cuando tocaba irse desde las 9 de la mañana a hacer fila para no quedarse fuera. El remoquete, políticamente incorrecto por su machismo evidente, pero perdonado y aceptado en los cariñosos mentideros de los que entendemos que el fútbol, como la vida, es así; aparece de cuando en vez en la memoria para tratar de explicar, si es que se puede, la razón por la que un balón nos genere lo que nos genera. Quien no lo vive no lo entiende, no lo sufre y no lo goza.
Duda no cabe: El Junior es como Barranquilla, y no solo por la fácil y manida referencia a los dueños, que ya sabemos quiénes son. El Juniorista, que en su gran mayoría es también barranquillero, no está dispuesto a esperar procesos. Quiere estrellas en el escudo y con la camiseta puesta, quiere disputar torneos internacionales, quiere que el Roberto Meléndez sea una caldera, quiere que siempre ganen por goleada y con baile. En paralelo, el barranquillero quiere ver obras levantadas, calles pavimentadas, cemento fresco en la acera, titulares complacientes en la prensa y rumbearse el carnaval. En ambos casos, el cómo lograrlo es menos importante que el logro en sí.
En lo deportivo, por ahí pasa precisamente el que este torneo vaya pintando tan distinto al anterior. El Junior campeón 2018 lo fue como consecuencia de un proceso de años con una base de jugadores y una idea de juego que se alimentó de varios estilos, y que Comesaña supo cohesionar con un manejo apropiado puertas adentro del camerino. Cumplida esa meta, mantener el estilo pasaba también por ir renovando nombres, buscando siempre intérpretes idóneos para un padrón de juego que ya se había internalizado. La intención inicial de apostarle a lo mismo se estrelló con rivales mejor preparados, resultados adversos y una pérdida de confianza que se pretende recuperar con la vuelta para récord de un viejo conocido director de orquesta como Julio Avelino. Puede que ese director sepa llevar muy bien el compás, pero un violín desafinado rechinará en la obra completa. No es solo un nombre. Uno nunca será más que un grupo. El mejor de los solistas siempre necesitará una buena orquesta al lado suyo. Triunfar requiere equilibrar la calidad innata con el rigor y la disciplina del entrenamiento.
Y por el otro lado, que al final es el mismo, salvo sorpresa mayúscula todo apunta a un continuismo feudal en el que cambiarán algunas caras, pero poco o nada el discurso y los estilos. Poco debate, poco contraste, poco argumento. Será hasta donde la burbuja estire. Ya veremos qué harán cuando explote, porque explotará.
En el entretanto, ojalá el profe Julio logre que el Junior haga goles y gane un partido. Ya está bueno de tanto empate. Eso lo piden tanto hinchas como dueños.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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