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Opinión

¿De quién es la historia?

Debajo de la utopía de la objetividad se ¿esconden? posturas que inefablemente guían la interpretación que la audiencia haga de la historia contada.

Con ese título el documentalista y etnógrafo David Macdougall presentó hace 30 años una muy interesante reflexión en un encuentro internacional de cine antropológico celebrado en Noruega. Con varios ejemplos el autor ejemplificaba la discusión, entonces y ahora válida, sobre la preponderancia de la voz del director sobre la del llamado “actor social” en una narración de tipo documental que pretende enseñar una determinada manera de ver o vivir en el mundo. ¿Hasta dónde la historia que al final llega a la pantalla era la historia de los personajes y no la historia que el director escoge contar de los personajes? ¿Qué tanto de verdad hay en lo que se ve si de todas maneras eso que se ve pasa por las decisiones de quien determina dónde ubicar la cámara, qué y cómo preguntar, o qué de todo se presenta ante el público?

Estas preguntas, que subyacen en cualquier narración de no ficción y que, como lo anotaba entonces Macdougall, se pueden entender tanto desde su dimensión moral como existencial, se extrapolan necesariamente al ejercicio del oficio periodístico, siempre permeado tanto por las intenciones de quien cuenta como por la línea editorial del medio en que lo cuenta. Como tantas veces se ha dicho y tantas veces se dirá, debajo de la utopía de la objetividad se ¿esconden? posturas que inefablemente guían la interpretación que la audiencia haga de la historia contada. En lo que debería ser una obligatoria y sana confesión, los medios deberían dejar clara su postura ideológica en la primera página o desde el primer minuto, sin falsas posturas de imparcialidad que no corresponden con la naturaleza humana y que, para decirlo sin tapujos, ya nadie cree.

Lo no negociable es, o debería ser, el apego al dato verificado y el contraste de fuentes por encima de la mera y acomodada especulación; todo cimentado en el contexto; ese que explica la rigidez o la liquidez con que determinados hechos se vean o analicen. En un mundo sin fronteras virtuales, no cabe la terquedad al momento de defender posturas anacrónicas y excluyentes.

Volviendo entonces a la pregunta del título, lo que estos tiempos nos están mostrando es que cada vez más de esas historias llegan directamente a la audiencia contadas por los actores sociales sin pasar por el cedazo de un medio o un periodista. En principio suena bien el poder acceder a la realidad desde el punto de vista de quien vive o protagoniza la historia, pero eso tampoco ofrece certezas sobre la veracidad de las mismas. La duda es un ingrediente amargo permanente que acompaña el sabor de lo que nos llega como información. Creer o no creer es ahora la primera línea del soliloquio diario que como audiencia recitamos cada vez que nos conectamos.

Y como no sabemos si creer o no, pues optamos por dos salidas: O creemos lo que se parece a lo que queremos creer, o buscamos un intermediario en el que depositamos la confianza suficiente como para que nos diga si creer o no.

Al final, seguimos sin saber de quién es la historia.

asf1904@yahoo.com

@alfredosabbagh

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