Caminar
Para esa nostalgia del caminar, maravillosa la iniciativa de algunos gestores culturales para recorrer las calles de barrios tradicionales e históricos. Aplauso cerrado para esos “city lovers” que periódicamente se organizan para, a físico guayo, enseñar y aprender sobre la ciudad. Algún día me les pego, seguro.
Como ya todo está dicho, porque no hay nada que se pueda hacer distinto a esperar, y porque nada va a cambiar si primero no somos capaces de ponernos de acuerdo en unos mínimos esenciales de convivencia; esta humilde columna hoy no se va a referir a las elecciones del domingo. Ojalá transcurra en paz y que quien gane extienda enseguida su mano al vencido. Todo es mucho pedir si nos vamos a los antecedentes, pero nada se pierde con seguir anhelando.
Mejor darle cuerda al reloj de la memoria para recordar lo sabroso de caminar por la ciudad cuando el clima era más benévolo, las piernas no pesaban tanto y, toca decirlo, la sensación de seguridad era otra. Desde ir a la tienda de la esquina hasta llegar a la casa de los abuelos un par de cuadras más arriba, caminar la ciudad tenía el encanto acompañado de un baile suave por una extensa pista. Comparar fachadas, buscar las llaves de agua en los jardines, imaginar las historias detrás de las cortinas, saludar a algún vecino o incluso pasar dos veces al frente de la casa de la niña que entonces te llamaba la atención y que hoy recuerdas con curiosidad por saber qué fue de su vida… todo eso mientras se pateaba una piedra por la que eras capaz de devolver tus pasos.
Esto, si era entre dos, era todo un plan.
Empezaban a sumarse cuadras con la edad. Eran casi 20 las que se caminaban los domingos para ir a ver al Junior al Romelio, y el doble cuando visitaba a la novia en el barrio allá arriba con nada en el bolsillo para el taxi de regreso. El paisaje iba cambiando. De casas generosas se pasaba a edificios enrejados y vehículos mal parqueados que te obligaban a caminar por la calle. Ya los pasos de noche se hacían más rápido y no por cualquier lado, aunque de tanto recorrer el citado trayecto desde donde la novia terminaba por convertirte en conocido de un par de serenos que con silbato en boca te saludaban cuando pasabas por sus territorios.
Alguna vez mezclando curiosidad con aburrimiento se caminó toda la Olaya Herrera, desde la 96 hasta San Andresito. Las horas de paseo con varias escalas en amables tiendas terminaron espantando moscas mientras se degustaba un bocachico en cabrito en las mesas de madera aledañas al parqueadero al frente del desaparecido comercio. Acabé con las suelas de los zapatos mientras las fachadas cambiaban de color, las aceras se hacían mas estrechas, desaparecían los árboles y la sensación de calor aumentaba.
Eran los tiempos en que Olaya Herrera era una vía con vida en sus costados, antes de la genial idea de cercenarla para darle paso al Transmetro.
Para esa nostalgia del caminar, maravillosa la iniciativa de algunos gestores culturales para recorrer las calles de barrios tradicionales e históricos. Aplauso cerrado para esos “city lovers” que periódicamente se organizan para, a físico guayo, enseñar y aprender sobre la ciudad. Algún día me les pego, seguro.
Por lo pronto, a donde toca caminar el 19 es a la mesa de votación. Pilas pues…
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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