Ya no cabe el manido chiste que llama a fingir cara de sorpresa cada vez que se conoce un “nuevo” (entre comillas porque de nuevo no tienen nada) escándalo que involucra a algún funcionario público o político en campaña. A los miles de millones mencionados en las conversaciones entre Julio Gerlein y Aida Merlano le sumamos los chats en los que el tristemente célebre senador Laureano Acuña habla sin tapujos de compra de votos y “zampar” tiros. En el saco ya estaban los no tan lejanos casos del exsenador Pulgar, que condenado sigue y quiere seguir mandando en cuerpo ajeno, las dificultades para expresarse del senador Zabaraín en plenaria y televisión nacional, la planilla de excusas médicas de Barguil, y los pobres resultados que tienen para mostrar en proyectos serios y sin intereses ocultos la mayoría de nuestros representantes en el legislativo. Cuando no son herederos, son mandaderos. Aquí, allá y acullá, la Costa Atlántica está plagada de esos especímenes enfermos de poder alimentados por mafias y muchas veces protegidos por un sistema igual de corrupto.
Y con ese desparpajo que los caracteriza as always salen en medios a pretender explicar lo inexplicable cuando no a defender lo indefendible. En esas andanzas dejan claro que el buen uso del verbo “colocar” no es lo suyo, como tampoco lo es la mínima vergüenza. Se escandalizan con mano en el pecho y cara de meme cuando se les señala lo que son, y en la desfachatez hasta amenazan con acciones legales. Válgame, Dios. Ahora les vamos a salir a deber luego de todo el jugo que le sacaron a la naranja del erario.
En cualquier democracia con apenas visos de coherencia estos personajes no hubieran sido elegidos nunca; o en el peor de los casos y a duras penas completaban el primero de sus periodos para no volver jamás. Aquí llevan décadas valiéndose del hambre, la ignorancia y, toca decirlo, el poco o nulo respeto por lo que atañe a lo público de una mayoría para la que sobrevivir es más importante. Esa, ellos lo saben, es su ventaja. No tienen electores sino rehenes. Por eso mismo ganan y siguen ganando. As always.
Ergo, podremos mostrarnos todo lo indignados que queramos que ellos saben que esto no se define con columnas de opinión, tuits o videos en Instagram, sino con planillas, mochileros, buses, tejas y billetes de los morados o los verdes porque así se los hemos permitido. Ojalá alcance uno a ver el día en que gane por fin el voto libre y a conciencia, el que no se planilla ni mucho menos se “coloca”. Si los jóvenes, los votantes primerizos y los desencantados no se sacuden, se enteran y definen una postura política que castigue el clientelismo y premie el argumento sesudo estaremos comprando por enésima vez las entradas a la misma película de terror en la que, as always, los monstruos se terminan imponiendo.
Pd: Prevenir antes que lamentar. Humilde llamado a la revisión de los puentes peatonales en zonas escolares.
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@alfredosabbagh