Varios movimientos se registraron en el tablero de ajedrez político colombiano en los últimos días. La cita a manteles en Bogotá entre los exalcaldes Char y Peñalosa, junto con la posterior reunión en Cartagena de los citados con otro grupo de exgobernadores, exalcaldes y algunos senadores busca, pónganle la firma, cimentar lo que sería un movimiento que desde las regiones logre mayor preponderancia en el panorama electoral nacional. Como es lógico, esta intención en algún momento se juntará con el Partido Conservador y el Centro Democrático en una gran coalición a la que querrán adornar con algún nombre simpático. Faltará ver si el ungido sale de la subida o bajada del pulgar del capataz de la finca, o si por el contrario (que la verdad no creo) el capataz se plegará a lo que en su momento digan las encuestas. La plutocracia en pleno sabe bien ponerse de acuerdo cuando de mantener el poder se trata. No es personal, son negocios.
En lo local, y aunque parezca faltar mucho para el 2023, claro está que el charismo arrancará con una buena ventaja sobre cualquier opositor, porque entre otras no parece asomarse todavía nadie que se le mida al reto. La ausencia casi total de debate sobre las políticas y formas de gobernar en lo local es directamente proporcional a la medida del aplausómetro y la veneración fanática que acompaña cualquier movimiento del exalcalde. Imposible negar su carisma y lo importante de varias de las obras que lideró, pero es imposible también defender que en una democracia no se pueda argumentar, preguntar, criticar constructivamente y pedir explicaciones sobre temas sensibles como el endeudamiento de la ciudad, la transparencia en la contratación, planes estratégicos alrededor de temas como la construcción de tejido social y cultura ciudadana; y otros más de los que debemos conversar y debatir con la misma emoción con la que hablamos de las toneladas de cemento o los kilómetros del Malecón. Que si, que chévere el Malecón, pero que lo otro también es importante, y que de eso toca hablar.
Tan importante como el que se pueda ir perfilando un movimiento que proponga alternativas a la cuasi monarquía local es que el mismo incluya listas al Concejo comprometidas con el desarrollo del control político, que ni el actual ni buena parte de los anteriores se preocupa o preocupó siquiera por insinuar. Esa renovación no pasa solo por pensar en gente joven, porque como ya vemos eso no garantiza nada. Que aplaudan jóvenes o viejos da lo mismo. El problema son los aplausos. Aquí necesitamos un Concejo que proponga, que acompañe, que vigile, que promueva el debate, que levante la alfombra para barrer por debajo, que se preocupe menos por la foto y por la pose.
Puede que se tornen muchos, pero en política dos años es nada y para lograr cambios sociales profundos es también poco. A ver si se perfilan ideas y rostros nuevos para el Concejo mientras se aclara el resto del panorama. Podría ser un buen comienzo.
Alfredo Sabbagh Fajardo
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