Hoy al encender un televisor o leer un periódico encontramos dos noticias en el frente económico que tienden a sonar contradictorias. Por una parte escuchamos de una inflación alta, persistente y generalizada lo que ha llevado a los Bancos Centrales a subir tasas de interés. Por otra parte escuchamos de una economía global que se desacelera e incluso mencionan el riesgo de una recesión. ¿Qué ocurre en el mundo?

Para entender lo que estamos enfrentando resulta apropiado evaluar cómo llegamos a la situación actual. Iniciemos con la inflación. Con la pandemia, los hogares nos refugiamos y redujimos nuestro consumo, al mismo tiempo, las empresas cerraron y por ende la producción se redujo. A medida que la economía fue abriéndose nuevamente, los hogares reanudaron su gasto apoyados con importantes subsidios gubernamentales, pero la oferta (sobre todo de productos duraderos) no logró su apertura al mismo ritmo, en parte porque algunas industrias toman un tiempo en normalizar sus operaciones, pero también porque la pandemia no fue sincrónica, es decir, en algunos países estábamos en picos de contagios mientras que en otros en valles por lo que no logramos que las cadenas de valor operaran armónicamente. El mejor ejemplo de ello es el transporte marítimo donde con la pandemia quedaron los buques ubicados en puertos en los que no se necesitaban y sin capacidad de transporte en puertos en los que se requerían, de allí que subiera tanto el costo de transportar bienes.

Así, la inflación fue ascendiendo paulatinamente. En un comienzo se consideró esto como un choque en la oferta, pero al ver el ímpetu del gasto, se fue comprendiendo que abarcaba más que un choque de oferta, era también uno de demanda. Situación que escaló – e incluso se agravó con los efectos de la guerra en Ucrania sobre los precios de los alimentos y de la energía– y poco a poco se convirtió en una amenaza a la estabilidad de las expectativas de inflación y luego a la de los salarios. Esto propició un escenario de alza en tasas de interés. Respondieron primero los bancos centrales de Latinoamérica, anticipándose a lo que sería poco después la de los de las economías desarrolladas. Hoy la FED está encaminada a materializar el ciclo alcista de tasas más marcado en más de 30 años, llevando la tasa de interés al cierre de este año al 3,5%. En este contexto, la inflación comenzará a ceder, pero lo hará gradualmente por una serie amplia de factores: la persistencia de los cuellos de botella y de precios altos de las materias primas, la escasez en algunos productos, los incrementos salariales, entre otros. Con ello, la inflación en EE.UU. cerrará en torno al 6,7% en 2022, por debajo de su 8,5% actual.

Al otro lado está el crecimiento. 2021 fue un año de rebote económico, sustentado principalmente en el consumo de los hogares, pero había inventarios y espacio. A medida que se agotaron los inventarios y la producción estaba alterada por alguno de estos tantos factores mencionados, se comenzó a materializar una reducción en la dinámica económica que se ha acentuado con la alta inflación, que reduce el gasto real de los hogares, y con los altos precios de materias primas, que elevan los costos. Sin embargo, una desaceleración económica no era indeseable en este contexto, al fin y al cabo ayudaría a paliar la inflación. Por el contrario, esa cada vez mayor y más persistente inflación produjo la reacción en tasas de interés y en conjunto despertaron expectativas de una fuerte desaceleración económica, que se acentuó con el crecimiento negativo del PIB en EE.UU. en el primer y segundo trimestres de este año. Con ello, y el discurso más agresivo de política monetaria, se espera ya una importante desaceleración de la actividad, al 2,7% en 2022 y 0,7% en 2023 en EE.UU., incluso una posible recesión en EE.UU. o Europa.

Ahora bien, una desaceleración de la economía en el corto plazo, en este contexto, es saludable. Atajaría la inflación y encauzaría nuevamente el gasto en sendas sostenibles. Pero la tarea, como la de los relojeros, es de alta precisión, y el riesgo viene de ambos costados: muy poca respuesta de política puede desencadenar en un espiral inflacionario, pero mucha respuesta de política puede desencadenar en una marcada recesión. Y, por supuesto, no podemos olvidar que en el medio y largo plazo, tendremos que regresar a las políticas de oferta para recuperar el crecimiento potencial, especialmente en las economías latinoamericanas.

*Economista principal de BBVA Research para Colombia