Es verdad que continúa el asesinato de líderes sociales en Colombia. Indepaz y Marcha Patriótica contabilizan 702 desde el año 2016.
Y que aumentan las amenazas. La Defensoría del Pueblo tiene documentadas 932, correspondientes a los meses de enero y febrero.
Los disparos y los anónimos están localizados en 150 poblaciones, donde se atizan conflictos por la tierra, la explotación minera y la lucha por los derechos humanos.
Provienen, según lo que ha podido averiguar la Fiscalía, de terratenientes, paramilitares, guerrilleros activos y delincuentes comunes.
No es menos cierto que el presidente Iván Duque ha asumido una actitud poco recia frente a los acuerdos de paz de La Habana. Sus objeciones a la Jurisdicción Especial para la Paz, armaron un berenjenal que involucró a las cortes e, inclusive, permitió la intromisión de un gobierno extranjero en los asuntos del país.
Lo que aduce es que se ha imaginado otra paz para el país. Cree que, tal como está el acuerdo, preferencia la impunidad. Y para ejemplo cita el caso Santrich, contra el que se ha ido de frente.
Todo eso, en síntesis, es verdad.
Pero, ¿llamar “asesino” al jefe de Estado, como lo hicieron ayer en Londres los manifestantes que lo esperaron en la puerta de la Embajada de Colombia?
Pongámonos de acuerdo. Lo que aconteció en Inglaterra fue una protesta. Y las protestas enfocan, demandan y convocan atención, pero de ninguna manera hacen sindicaciones formales que, en cambio, deben su lugar a los despachos judiciales.
Creo, inclusive, que las voces ni siquiera favorecieron a los protestantes, pues, en primer lugar, desviaron el debate. Al final el llamado no fue sobre los asesinatos, sino sobre un presunto homicida que, de entrada, tuvo el respaldo inclusive de los propios críticos en las redes sociales: “Él puede ser lo que sea, menos criminal”, trinaron.
En segundo término, recurrieron a una vitrina internacional para denunciar lo que, se supone, no tiene solución en Colombia. Contrariando aquello de que “la ropa sucia se lava en casa”, decidieron visibilizar ya no la implicación de Duque, sino la incompetencia de los tribunales, el Congreso y las autoridades nacionales para ponerle freno. ¿Será que lo harán el servicio secreto londinense o las fuerzas armadas de su Majestad?
Duele. Duele mucho que Colombia ande, otra vez, por la senda de las tenebrosas organizaciones criminales y estas que vayan sometiendo la vida y sembrando el miedo a quienes apuestan por un país más equitativo, justo y tranquilo.
Pero lo que hay que reclamarle a Duque es mayor autoridad y, si se quiere, entereza para garantizar la protección de los líderes vulnerables y la descongestión de los despachos judiciales en procura de investigaciones y sanciones ejemplares.
Lo otro no es solo una equivocación monumental, sino una falta de respeto que tiene el mismo tamaño.
albertomartinezmonterrosa@gmail.com / @AlbertoMtinezM