John Paul Rathbone es un periodista inglés, que hace 31 años conoció a Barranquilla.
Lo primero que le gustó fue su nombre lleno de erres sonoras. Después, ir a las playas de Salgar en las tardes perfectas en las que veía las escapadas del sol, al tenor de un plato de pescado frito y arroz con coco.
Ayer recordó que mientras los costeños salían de las aguas con sensualidad, como si acabaran de purificarse, los cachacos apuraban el paso para no tropezarse con la arena en su afán de regresar a las medias y los tenis.
La ciudad, por entonces, era una urbe decadente, que hacía compras en un mercado laberíntico (San Andresito), contaba con un solo buen hotel (El Prado) y paralizaba las clases de las escuelas cada vez que las correntías de la lluvia se tomaban las calles (los benditos arroyos).
Su mamá, de origen cubano, le había dicho que buscara en Barranquilla que por ahí debía estar un primo suyo. Y lo encontró. Se llamaba Gustavo, un pintor místico que tenía entre sus clientes a los marimberos en busca de reconocimiento social.
Aquí le dieron ganas de ser periodista.
Y se dedicó a recorrer el país, primero escribiendo crónicas de turismo en una época (comienzos de los 90) en la que realmente era ridículo invitar al mundo a venir a Colombia.
Con el tiempo se convirtió en narrador especializado en información económica, hasta llegar a ser flamante editor regional del influyente The Financial Times.
Estando en esas conoció la contrastante realidad de la región y entrevistó a muchos líderes de América Latina, entre los que se cuentan presidentes como Mauricio Macri, Evo Morales, Alán García, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
John Paul regresó a Barranquilla para asistir a la Cátedra Global, de la Universidad del Norte, y se refirió a lo mucho que ha cambiado desde 1989.
Había leído notas del Miami Herald que invitaban a ver la ciudad del futuro, y decidió contrastarlo con sus propios ojos.
Barranquilla Imparable. ¡Que fantástica y descarada confianza!
Hay cosas que nunca cambian en Barranquilla. También lo dijo. Habló del humor de los barranquilleros, que bien podría ser su mejor cita con la democracia, y de las tiendas en las esquinas con botellas de cervezas en las mesas, que los amigos beben a sorbos mientras hacen coro a los vallenatos de la radio.
Pero se refirió a la pretensión de esta capital de convertirse en un gran centro logístico, mencionó el auge de la construcción, principalmente de centros comerciales, y dejó en el aire algunas preguntas: ¿si los arroyos se podían arreglar, por qué no lo habían hecho antes?
Dijo, sí, que hay retos en violencia e informalidad laboral, que deberían detenerse en algún momento en esa línea del desarrollo que nunca se dibuja recta.
Y confió que en la Barranquilla de hoy, también resulten imparables el optimismo, la gracia de la gente, el humor y la manera de bañarse en el mar.
albertomartinezmonterrosa@gmail.com
@AlbertoMtinezM