Álvaro Gómez Hurtado, el inmolado dirigente conservador, dijo alguna vez que las encuestas son como los chorizos: el día que uno sepa cómo se hacen, nunca más los vuelve a comer.
Lo que quiso significar es que ese instrumento que puede resultar apetitoso para algunos, está manipulado con ingredientes que no son confiables para la salud de la democracia.
Pues muchos de esos embutidos estuvieron rondando las elecciones territoriales del domingo. Si bien acertaron en lugares como Barranquilla y el Atlántico, donde los triunfos estuvieron cantados con mucha anticipación, en otras regiones se rajaron.
Pero el problema no fueron las encuestas, que podrían seguir siendo una alternativa válida dentro del paradigma cuantitativo para medir las dinámicas de la opinión pública; el lío estuvo con los encuestadores.
Todo hay que entenderlo en el marco de la trampa.
En las campañas saben de la proclividad de los ciudadanos por estar siempre con la opción ganadora. Eso lo probó, hace algún tiempo, la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Newmann, cuando desarrolló su teoría de la Espiral del silencio.
Bajo ese precepto, los electores siguen con denuedo las investigaciones sobre intención de voto, ya no para conocer el clima electoral sino para calcular su jugada en las urnas.
Es ahí donde aparecen los cocineros políticos. Aunque la voz cantante solo dice: “necesitamos una encuesta”, ellos saben perfectamente que deben
buscar a un encuestador amigo, o, si no aparece, inventarse literalmente el sondeo. Lo importante es que la gente crea que el fulano que defienden está arriba, para que los votantes se confundan y vayan a las zonas de votación como guiados por un silbido de flauta.
De por sí, esta investigación tiene cierta propensión a la maniobra. Con una pregunta inducida o el encabezado de una lista eterna de nombres, se puede alterar deliberadamente el resultado. Las encuestas, dijo otro, las ganan quienes las contratan.
Pero lo que ocurrió en las últimas semanas es peor.
Poco importó si el margen de error era alto o si la muestra era muy pequeña, pues al fin y al cabo escribían un capítulo más de la historia de mentiras que domina hoy por hoy la carrera política. Tampoco si aquello era verdad.
Las supuestas indagaciones surgieron de laboratorios de noticias falsas que a la par con la logística o las unidades programáticas, existen en las campañas.
Quienes están ahí son personas sagaces pero oscuras, que solo se dedican a pensar en cómo hacerle daño al otro o a los otros.
De ahí salieron los memes y la propaganda negra. Desde esos lugares sombríos, que bien pudieron estar en una bodega aislada o en el último cuarto de la sede, manejaron con malévola intención las redes sociales del candidato y atacaron a sus detractores.
La pregunta que hoy hacemos es cuánto lograron incidir en los resultados. Pero eso es como indagar por los ingredientes de la butifarra y arriesgarnos a una grave tensión estomacal.
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@AlbertoMtinezM