La promesa de una vida humana sin dolor y tristeza es siempre un engaño, una estafa de los que confunden felicidad con vivir sin tropiezos y acertando siempre.
Además creo que una vida sin dificultades podría ser fuente de hastío. Por lo menos aquí, en estas coordenadas en las que existimos ahora, siempre sentiremos el sufrimiento que ocasiona las limitaciones, las frustraciones, las enfermedades.
Pretender una vida sin dificultades es quitarle la esencia al quehacer humano. Por eso, la felicidad no es ausencia de los límites, los problemas ni de las amenazas que un espíritu encarnado, como somos nosotros, puede tener.
Por eso, la tarea no es desear lo imposible ni vivir desde la metáfora de la guerra que nos hace estar amargados, tensos, descubriendo enemigos y amenazas por todas partes.
Hay que generar una actitud que se centre en disfrutar los buenos momentos. Gozarse cada instante. Dejando que ellos generen sensaciones de bienestar que hacen que la vida tenga sentido y valga la pena existir. Vivamos encontrando motivos para sonreír, celebrar, bailar, cantar.
Esa forma de vivir implica, por lo menos, tres actitudes: Ser capaz de cuidar las personas que amamos, tratando que las relaciones con ellas sean las mejores. Siendo respetuosos, serviciales, solidarios y amables. Haciendo equipo para asumir las situaciones complejas y difíciles que, a veces, enfrentamos. Aportando esas habilidades que tenemos y les falta a los otros, para que juntos alcancemos los objetivos que nos hemos propuesto individual y socialmente. Centrar nuestra mirada en lo que tenemos y somos y no en las carencias.
La única manera real de estar preparados para conquistar lo que no tenemos es aprovechar al máximo lo que sí tenemos. Por tener la mente puesta en las necesidades y carencias terminamos sin herramientas, para poderlas satisfacer genuinamente.
Agradecer los dones que están en la vida y gozarlos intensamente, nos prepara para superar las adversidades que se nos presentan y encontrarlas como verdaderas maestras con lecciones claras y necesarias.
Tener experiencias espirituales, para encontrar bienestar integral. Apartarse de esas manifestaciones que destruyen la autoestima y desprecian la condición humana, esas que hacen al ser humano no merecedor de ninguna bendición y que le llevan a creer que es fruto de lo peor. Se necesitan momentos de conexión con Dios en el que se entienda su amor por nosotros y su opción de ayudarnos a ser felices.
Por eso hay que orar para agradecer, celebrar para vivir a plenitud, meditar para encontrar sentido a todo lo que hacemos y sentirnos amados hasta el extremo.