Los humanos vivimos con la conciencia de la muerte. Sabemos que vamos a morir. Tenemos esa certeza que determina nuestras acciones diarias. La experiencia espiritual es una manera de enfrentar esa condición y tratar de darle sentido a nuestra existencia, encontrándole valor y propósito a los días que suman, para vivirlos desde la armonía y en paz con nosotros mismos y con aquellos con los que compartimos la historia.
La pandemia intensificó esa conciencia con la posibilidad inminente de la enfermedad, los malestares de estar contagiado y la muerte de personas que amamos y que nos hacen falta. De alguna manera, también eso exige que se intensifique nuestra experiencia espiritual, esa que nos permite entender que la muerte forma parte de la vida y que debe ser vivida como una experiencia que nos abre a otro tipo de situaciones; esa que nos da fuerza interior para no desfallecer, sino tratar de encontrar motivos para seguir batallando a pesar del miedo que podemos sentir; esa que nos hace comprometernos con los detalles y las rutinas que a diario vivimos.
Es necesario que generemos hábitos espirituales:
1. Tener momentos de silencio y soledad en los que nos reconciliemos con nosotros mismos, con lo que hemos sido y somos, proyectando lo que queremos ser. Dar gracias por todo lo que hay en nuestra vida, por lo que hemos podido construir y por todas las metas que tenemos. Renovamos el amor propio como la base de cualquier empresa existencial que quiera tener éxito y nos realice.
2. Orar o meditar. Lo importante es que conectemos nuestra esencia, nuestra interioridad, y la dejemos expresar. Dialogar y sintonizarnos con Dios –o con el absoluto, como lo entiendan en cada creencia-. Es darle órdenes a la vida desde la conciencia de que somos creadores de nuestro destino. En mi vida espiritual son necesarios los ritos en los que se revitaliza la presencia de Dios en mí a través del lenguaje sacramental.
3. Juntarnos con otros desde la dimensión de lo sublime, desde esas realidades que van más allá de lo inmediato, lo material, lo económico y que nos permiten descubrir valores que impulsan la vida con fuerza, esperanza y mucho sentido. Son esos grupos de apoyo espiritual y emocional en los que no hacemos ningún negocio, sino que solidariamente nos sentimos acompañados para seguir adelante en nuestros proyectos personales.
4. Mantener una conexión con la naturaleza. Si hay algo que nos hace crecer espiritualmente, es entender que formamos parte de un sistema, que no somos el centro del universo; que solo somos felices si cuidamos el sistema al que pertenecemos, y para ello es importante tener experiencias en las que dejemos fluir la vida que compartimos. Puestas de sol, amaneceres, el verde de la montaña, el azul del mar, las caminatas en medio de los bosques y sentir la tierra a la que pertenecemos, son prácticas espirituales necesarias.
Estoy convencido de que en la medida en que crecemos espiritualmente, más fuerte somos para enfrentar la enfermedad y la pérdida de los que amamos, y también nos preparamos mejor para un día nosotros mismos partir al puerto eterno. No se trata de negar nuestra debilidad, sino de asumirla desde la dimensión trascendente en la que sabemos que todo tiene sentido. Confiamos en trascender y así estar más comprometidos con lo cotidiano. La espiritualidad no nos lleva a evadir la realidad, sino a asumirla con sentido.