Destruir al otro, criticarlo hasta reducirlo a cenizas se ha vuelto el hobbie diario. Disfrutamos despellejando a alguien por cualquiera de sus comportamientos. Nos va caracterizando ese anhelo de sentir que el otro es inferior moralmente a nosotros y que merece la peor de las condenas. Las redes sociales, que son el gran espacio de encuentro por estos días de pandemia, son la prueba de esa tendencia autodestructiva en la que se compite por quien es más corrosivo y sórdido contra el otro, no importa que dijo, no importa si entendí su planteamiento, no importa si se trata de burlarse de su apariencia física, de su condición económica, lo que importa es destruirlo y sentirme mejor que él.
Eso me ha hecho –por recomendación de un amigo- volver a leer “El resentimiento en la construcción de la moral” de Max Scheler en el cual refuta la función, que Nietzsche había visto, de esta emoción en la configuración de la caridad cristiana, pero deja claro su influencia en la configuración de la moral moderna; y creo que el motor que nos está moviendo a relacionarnos por estos días es el resentimiento. Max Scheler considera que “el resentimiento es una autointoxicación psíquica con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos, los cuales son en sí normales y pertenecen al fondo de la naturaleza humana”.
La frustración de los que no han podido realizarse y sienten que los culpables son los otros y nunca es su responsabilidad, se traduce en manifestaciones de resentimiento. La envidia al compararse con los otros y descubrir que los otros han logrado más éxito que nosotros nos lleva a quererlos destruir desde nuestro resentimiento. La impotencia de no poder superar las limitaciones que nos oprimen nos lleva explotar con todas las acciones resentidas del momento. Vivimos en una sociedad en la que se nos ha hecho creer que lo mejor es aminorar al otro en vez de trabajar duro por crecer nosotros. Estamos convencidos que si hablamos mal y destruimos la imagen del otro, nosotros vamos a estar mejor.
Ver llorar y sufrir al otro se ha vuelto el espectáculo orgásmico de la estética de nuestra sociedad. Se nos invita a ser negativos contra todos. María Raquel Fischer lo expresa en estos términos: “todo modo de pensar que atribuya fuerza creadora a la mera negación y crítica está secretamente alimentado por este veneno –pensamiento que se ha hecho constitutivo de una parte de la filosofía moderna– que considera solo como verdadero no lo evidente por sí mismo, sino aquello que consigue sostenerse frente a la crítica y la duda; lo llamado indudable e indiscutible está nutrido y animado por el resentimiento”. No se trata de declarar que todo es “bueno” ni abandonar la critica, que siempre nos ayuda a ser mejores personas, de lo que se trata es de entender que cuando solo criticamos y destruimos sin proponer nada, sin estar comprometidos con ningún proceso de crecimiento y de transformación, solo estamos manifestando nuestro resentimiento. Tristemente los que más critican son los que menos han aportado a la sociedad en términos reales. Saben cómo se hacen las cosas, pero nunca han hecho nada. No olvides que el otro es un ser humano que merece el mismo respeto que tú.