El mundo cada vez exige más cobre, más litio, más níquel y más tierras raras que nunca. Pero mientras la demanda se multiplica, el dinero para explorarlos se evapora. Es paradójico porque sin minería no hay transición energética, pero sin financiamiento no hay minería.
Durante cuatro años consecutivos los presupuestos globales de exploración han caído. Según S&P Global, el gasto en búsqueda de nuevos yacimientos se redujo un 3 % en 2024, después de haber tocado su máximo en 2012. Los inversionistas se refugian en sectores de retorno rápido, mientras las minas envejecen, las concentraciones de los yacimientos bajan y los costos de producción son más altos.
En 2014, el precio del crudo se desplomó y la inversión petrolera cayó a la mitad. Los bancos declararon la muerte del sector y los fondos soberanos retiraron sus participaciones por razones ambientales. Durante casi una década, el mundo dejó de invertir en exploración y desarrollo, convencido de que la era del petróleo estaba por terminar gracias a las proyecciones erróneas de la transición energética. Pero en 2022, la guerra en Ucrania desató una crisis energética global, el realismo volvió. Los gobiernos comprendieron que sin seguridad energética no hay estabilidad económica, y el capital regresó. Las mismas petroleras que se consideraban obsoletas resurgieron con nuevas etiquetas: “gas de transición”, “energía responsable”, “bajo en carbono”.
El petróleo no resucitó por fe, sino por escasez. Y la minería va por el mismo camino, aunque el mercado financiero aún percibe la minería como un problema. Es muy curioso que los bancos aplican altas tasas de interés a proyectos mineros que tardan 10 o 15 años en madurar, mientras ofrecen créditos blandos a plantas solares o de hidrógeno que dependen de esos mismos minerales. La contradicción es tan absurda como financiar autos eléctricos y negar crédito para el cobre que los hace posibles. En el fondo, el sistema financiero está desalineado con la base material de la economía. Hay minerales por descubrir, pero no hay capital paciente, dispuesto a asumir los ciclos largos de la exploración.
Las tasas altas, la volatilidad de precios y la incertidumbre regulatoria hacen que la minería pierda atractivo frente a sectores de retorno rápido. Y cuando el capital se retira, el riesgo geológico crece, los costos aumentan y la oferta futura se retrasa. Todo se vuelve un círculo vicioso que ya estamos viendo: disminuye la inversión, entonces hay escasez, luego inflación en los minerales, entonces proyectos energéticos más caros, aumenta la inversión en minerales… El problema es que la mayoría de los gobiernos, bancos y algunas empresas no ven que, sin nuevas inversiones, el sistema colapsará. Los minerales son bienes estratégicos para la vida moderna, no pasivos ambientales.
La seguridad energética del siglo XX dependía del petróleo; la del XXI depende de los minerales críticos. Si no se corrige la ceguera financiera actual, el mundo no solo incumplirá sus metas climáticas, sino que enfrentará un nuevo tipo de dependencia: la del acceso a los materiales que sostienen la tecnología y la energía del futuro.
*Director Observatorio de Transición Energética del Caribe OTEC – Universidad Areandina








