Durante su último discurso en la ONU, Petro por fin tuvo una propuesta concreta sobre algo. Lo de Gaza es un genocidio, y su llamado a usar la fuerza para detenerlo es legítimo. El problema es que su idea de un “ejército mundial” es fantasiosa; primero porque ya existe (cascos azules) y su alcance es limitado. Segundo, porque cuesta imaginar a Colombia convocando esa fuerza, cuando no logramos garantizar seguridad ni en nuestras calles.

Hay salidas más realistas. Francia y más de 150 países han reconocido a Palestina como Estado, un paso con peso político. Y hay medidas aún más contundentes: dejar de venderle armas a Israel. Eso sí tendría impacto inmediato, sin necesidad de invocar una tercera guerra mundial.

Por eso lo rescatable no fue la fantasía de una tropa global, sino el mensaje de fondo: la injusticia se combate con fuerza. Lo incoherente es que, mientras Petro predica en Nueva York con carácter, en Colombia aplica lo contrario: diálogos interminables, concesiones y prebendas. Allá parece presidente del mundo; aquí, parece presidente de Palestina. El coraje del líder mundial brilla por su ausencia en la Casa de Nariño.

El contraste es brutal. En la ONU habló de enfrentar la injusticia con firmeza; en Colombia limita a las Fuerzas Armadas y observa cómo se fortalecen los ilegales. Las cifras son claras: en 2024 la misma ONU verificó 22 asesinatos de niños y 646 violaciones graves contra la niñez, incluido un aumento del 64 % del reclutamiento forzado. En 2024 hubo 76 masacres con 267 víctimas; en 2025 ya sumamos casi 60 masacres y cerca de 200 muertos. Gaza es una tragedia, sí, pero no podemos normalizar ni desconocer la nuestra.

Si la receta para frenar la barbarie es la fuerza, en Colombia debería aplicarse también: control territorial real, protección efectiva de comunidades y programas serios que ofrezcan salidas económicas al crimen. Fuerza con proyecto, no fuerza de vitrina. Justicia con resultados, no retórica para aplausos internacionales.

Porque la fuerza sola nunca basta. Hace unos días, en Estados Unidos, la esposa de Charlie Kirk perdonó públicamente al asesino de su esposo. No fue ingenuidad ni debilidad, sino coraje en su forma más difícil. Un recordatorio de que la justicia necesita firmeza, pero también humanidad; que los ejércitos y los discursos no bastan si no existen gestos capaces de desarmar el odio desde la raíz. Y ese es el tipo de valentía que hoy el mundo reclama: menos odio, más valores.

Ese coraje de ser firmes y, al mismo tiempo, abrir la puerta al perdón es lo que falta en Colombia. Petro puede hablar de la fuerza en escenarios internacionales, pero aquí seguimos lejos de una mano firme que proteja y de un liderazgo que nos acerque a la reconciliación. Por eso yo no quiero un líder mundial, quiero un líder para Colombia.

@miguelvergarac