Cada vez que se habla de cero emisiones netas para 2050 pareciera que con sumar paneles solares, turbinas eólicas y autos eléctricos ya solucionamos el problema. Los informes de las agencias expertas en energía, proponen escenarios que parecen perfectos: una electrificación acelerada y el aumento de la eficiencia energética que lograría la reducción de los combustibles fósiles hasta el 10 o el 20 % de la energía global. Pero detrás de esas gráficas hay un vacío geológico enorme: los minerales que hacen posible esa transición y la energía (en gran parte fósil) que habrá que gastar para extraerlos, refinarlos y transportarlos.
La necesidad de minerales aumentará varias veces la producción actual, pues, la tecnología de las nuevas energías, la electrificación de la energía y el creciente uso de la inteligencia artificial requiere de millones de toneladas de minerales estratégicos y otros críticos (un mineral crítico es aquel que su proyección de demanda es mucho mayor que las reservas descubiertas). Aunque, esto es abiertamente conocido, dentro de estos modelos de NetZero que calculan cuánta energía primaria se consumirá, no se contemplan la relación energía, eficiencia energética, minerales y transformación tecnológica. El gasto energético de la minería y la metalurgia no se suma a la demanda global. En otras palabras, la proyección que dice que en 2050 usaremos menos energía parte de un supuesto irreal: que la materia prima ya está ahí y que extraerla no cuesta energía.
Es cierto que un motor eléctrico aprovecha hasta el 90 % de la electricidad, mientras uno de combustión apenas el 35 %. Pero cada punto de eficiencia esconde miles de excavadoras a diésel, fundiciones a gas y buques que extraen, refinan y transportan minerales. Además, a medida que las minas envejecen, las concentraciones minerales bajan: se mueve más roca para la misma tonelada de metal, se vuelve más costoso producir una tonelada ya que sube el consumo de diésel, de agua y de electricidad. La supuesta “eficiencia” final oculta una intensificación material y energética en toda la cadena.
La conversación sobre la transición energética necesita geólogos, mineros y petroleros en la mesa. No se trata de oponerse a la transición, sino de ponerla en la realidad física del planeta. La geología marca límites, la minería pone los costos y la energía fósil embebida en cada tonelada extraída define si las promesas de eficiencia son creíbles. El Net Zero depende, paradójicamente, de una gigantesca primera ola de extracción y refinación que solo puede hacerse, en las próximas décadas, con un respaldo fósil. Si no lo reconocemos, las metas climáticas corren el riesgo de ser más un ejercicio de modelación que un plan viable. No basta con contar cuántos gigavatios eólicos o solares instalaremos; hay que contar cuántas minas, cuanta maquinaria, cuantas fábricas y cuántos millones de toneladas de CO₂ se emiten antes de que la primera turbina gire. El futuro bajo en carbono se construirá con rocas, metales y mucha energía previa, no podemos ignorar la geología.
Director del Observatorio de Transición Energética del Caribe OTEC – Universidad Areandina