Tarde o temprano terminaría sucediendo. El pasado sábado se conoció la noticia sobre una llamativa socavación en el tajamar occidental de Bocas de Ceniza, una de las estructuras hidráulicas que permite el funcionamiento de los puertos marítimos ubicados río arriba. Aunque el alcalde, tras una visita de inspección, expresó que el daño era superficial y no comprometía la estructura, no parece conveniente subestimar lo que sucedió: un nuevo recordatorio sobre las consecuencias del descuido de las infraestructuras fundamentales y del carácter reactivo de nuestra planeación.
Nada de esto es una sorpresa, dado que los últimos trabajos que se adelantaron en el tajamar se llevaron a cabo en el 2016. Aun así, en el 2017, un equipo de investigadores de la Universidad del Norte señaló que se requería un mantenimiento continuo para mejorar las vías de acceso, las condiciones estructurales y geotécnicas, y así evitar un deterioro sostenido. Se identificaron socavamientos y se diligenciaron informes rigurosos con las debidas recomendaciones. Sin embargo, pasaron 8 años, no se hizo nada al respecto y ocurrió lo que tenía que ocurrir.
Espero equivocarme, pero sospecho que los responsables de todo esto se preocuparán más por demostrar su inocencia que por solucionar el problema. Pronto saldrán a relucir los contratos y las cláusulas, las enmiendas y los otrosíes, las pólizas y los alcances, cualquier cosa que logre evadir el arreglo. Se anticipan citaciones de control político y declaraciones justificatorias, y no faltarán los señalamientos al Estado y las recriminaciones mutuas. En ese pimpón jurídico se perderá tiempo y esfuerzo, tras lo cual algo eventualmente se logrará y vendrán las intervenciones apuradas, seguramente con los sobrecostos derivados de la urgencia. Menos mal el Distrito ha manifestado su voluntad de vincularse a la solución, pero la falla de fondo probablemente seguirá. Luego del alivio momentáneo, empezará un nuevo ciclo de abandono.
Ojalá que los tajamares no engrosen la lista de pendientes vergonzantes que acarreamos desde hace rato. Ahí está el nuevo puente Pumarejo, acosado por el deterioro y sin doliente; el puente viejo, desmoronándose poco a poco y obstaculizando todo lo que justificó la construcción del nuevo; la Gran Vía, con su paquidérmico y desordenado desarrollo; y el malecón de La Loma, devorado por la manigua ante la indolencia de todos. Inquieta comprobar que incluso los componentes más fundamentales de nuestra infraestructura sean víctimas del descuido y de la falta de planeación, que nos cueste tanto mirar hacia adelante y prever las acciones pertinentes para cuidar lo que tenemos.
moreno.slagter@yahoo.com