«Recuerdo el día en que fui a hablar con mi jefe para poder asistir al grado de kínder de mi hija, de cinco años… Después de eso, la vida pasó demasiado rápido»… Estas memorias de una madre que, como todas, no deja de impresionarse con la velocidad con que los hijos crecen, me han hecho pensar que nunca será suficiente el tiempo para vivir, aun cuando la finitud que nos embiste es una de nuestras poquísimas certezas.

Más de treinta años han pasado desde ese día. Y esa madre sigue viéndose en ese otro tiempo en el que no existe posibilidad alguna de volver. Hace pocos días nació la hija de una prima, pasados siete meses del nacimiento de la mía. Y todo se movió dentro de mí, pues viajé a ese día de febrero en que la luz se desplegó ante mi Victoria, quien cual borboleta abrió sus brazos al mundo por vez primera en una noche que para mí trascendió eso que uno entiende como inolvidable.

Pretérito perfecto simple es llamado el «tiempo verbal absoluto del modo indicativo y de aspecto perfectivo que se refiere a acciones, procesos o estados que se sitúan en un tramo temporal anterior al momento del habla», dice la Real Academia Española. Quizás uno de los más grandes desafíos que enfrentamos desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos sea sobrevivir a ese tiempo verbal.

Entre el modo indicativo, con el que presentamos como real el estado de las cosas que describimos, y el aspecto perfectivo, con que focalizamos las situaciones en su totalidad y las presentamos como cerradas o concluidas, vivimos retrotrayendo al tiempo pasado para tomarlo como punto de partida de nuestros futuros relatos.

El pretérito perfecto simple, también llamado pretérito indefinido, nos define a todos. Allende la magia de las tecnologías que parecen ayudarnos a conectar con lo lejano mientras nos desconectan de lo más cercano, la añoranza del pasado se pasea entre nosotros como una quimera. El pasado, cual quimera de la mitología clásica, es un monstruo imaginario que vomita llamas de alegría y tristeza.

Aunque no somos propiamente un tiempo verbal, es a través del verbo que le damos vida a todo. No en vano se lee en la Biblia que «El verbo se hizo carne». Son más las connotaciones negativas que se asocian al pasado que las positivas. Porque no hay cómo cambiarlo en caso de que nos perturbe; así como, siendo un recuerdo hermoso, no hay cómo volver a él, sintiendo que «es un soplo la vida», como canta Gardel.

Ojalá tuviéramos memoria para sentir cómo lo que deseamos con tanta fuerza antes es hoy una realidad. Ojalá pudiéramos pensar que no hay futuro mejor que el que estamos construyendo hoy. Porque la vida está llena de misterios, pues cada uno de nosotros es un misterio en sí mismo. Si no, para qué pensar en el mañana. Si no, para qué pensar en el ayer.

@catalinarojano