Sí, ya lo sé. Si la palabra “basura” por sí sola carga con la idea de desperdicio, añadirle el adjetivo “muerta” puede sonar a exceso, a invento conceptual. Y de seguro los especialistas en medio ambiente levantarán la ceja y me corregirán con el término técnico: “residuos no aprovechables”.

Pero como no escribo manuales, sino columnas, me doy la licencia de llamarla como me suena más honesto: Basura Muerta.

Porque durante mucho tiempo fui un ingenuo que pensó que la basura que baja por el río Magdalena podía convertirse en un proyecto de reciclaje. Que esas botellas, bolsas y empaques plásticos podían encontrar otra vida si alguien los recogía y los llevaba a una planta. Hasta que los expertos me bajaron de la nube: todo residuo que entra en contacto con el agua del río queda contaminado. Y una vez contaminado, ya no sirve para reciclar. Su único destino posible es el relleno sanitario.

Así que ahí flotan toneladas de plásticos que pudieron ser útiles, pero terminaron convertidos en cadáveres de lo que alguna vez fue un material aprovechable. Basura muerta, como los peces, como las aves y como la vegetación que también caen víctimas de esos intrusos de polímero venenoso en el lugar equivocado.

Y el problema no empieza en la desembocadura. Comienza en nuestras propias cocinas. El tarro de yogur que alguien tira con restos de comida, la botella que se mezcla con pañales, la bolsa que viaja en una caneca equivocada… pequeños descuidos que condenan al reciclaje a morir antes de nacer. Una simple mala decisión en casa multiplica el daño en el río.

La tragedia no está río abajo. La tragedia empieza en casa. La única manera de reducir esta mortandad ambiental es tan simple como separar desde la fuente: bolsa blanca para lo reciclable, bolsa verde para lo orgánico y bolsa negra para lo no aprovechable. No se trata de ciencia nuclear ni de memorizar un manual. Es un hábito que decide si un residuo reciclable termina renaciendo en una fábrica… o muerto, flotando sin rumbo hacia Bocas de Ceniza.

El río Magdalena no mata la basura. La basura ya llega muerta desde nuestras casas. Y lo más doloroso es que no estamos hablando de un asunto abstracto: cada vez que esa basura muerta baja por el río, también baja nuestra indiferencia. Es como si aceptáramos que el paisaje natural de Colombia incluya islas de plástico y peces envenenados.

Mientras no entendamos eso, el río seguirá pareciéndose cada vez más a un cementerio plástico, donde lo único vivo que quedará será la indiferencia.

@eortegadlrio