Es muy difícil en el transcurso de la vida, en el paso de los años, que uno encuentre semejantes que puedan reunir la mayoría de virtudes y cualidades que la ciencia, y el mundo de la sociología científica haya certificado como excelentes, supremos, bañados en las estructuras de la perfección humana como modelo ideal.
Pues sin exagerar, creemos que Juan B. Fernández Renowitzky podría ser una de esas personas, de esos seres humanos que sobrepasaban el nivel normal de virtudes y se convertían en paradigmas y ejemplo para la humanidad.
Ya Platón en la antigüedad lo pronosticó: “Son seres que la naturaleza los reviste de una corteza de virtudes desde que nacen”.
Fernández pudo tener defectos, cómo no, pero por lo menos en su conexión con la humanidad no los mostraba, nos los dejó aflorar, o lo que nosotros creemos más, no les permitió que esos defectos pudiesen afectar su maravilloso intercambio y tratamiento con sus congéneres, con la vida rutinaria, con la crudeza de las relaciones humanas, laborales, colectivas, nacidas común y corrientes.
Tuvimos una sólida relación de amistad y siempre, permanentemente, me dejé aconsejar de él sobre lo que puede ser la búsqueda de la intelectualidad escogida y la esencia más pura de la integridad humana.
Cuando Julio César Turbay Ayala nos cita a ambos en Bogotá, para los movimientos políticos del momento de la conformación de listas al Congreso por el Atlántico, Juan B. de entrada propuso que yo encabezara la lista para el Senado y él para la Cámara de Representantes.
Me opuse radicalmente y mi propuesta simple fue al revés: él en el Senado y yo en la Cámara. Pero al poco tiempo nos retiramos complacidos para cederle el paso a Pedro Martín Leyes y Urbano Rodríguez que lo merecían más quizás por activos en esos menesteres.
Más tarde Turbay Ayala en el poder premió a Juan B. con la Embajada en Chile, donde realizó una labor inolvidable, y a nosotros nos distinguió por tres años con el Consulado General de Colombia en Caracas, el segundo en el mundo por movimiento, de personal e ingresos, después de Nueva York.
El fallecimiento de Juan B. dejará para siempre un gran vacío: el de las almas nobles, corazón generoso y un intelecto riquísimo lleno de sabiduría, prudencia, cordialidad, generosidad, lucha por la integridad costeña, defensor furioso de los intereses regionales, expositor de la moral como escudo contra la embestida de la impunidad y la delincuencia en política, que tanto condenó en sus maravillosos editoriales.