Quitarle la vida a un ser humano no tiene nombre, pero tratar de borrar cualquier rastro suyo es un acto aún más complejo. No sabemos qué tipo de situación es peor, pero el sentimiento que invade a cualquier persona al saber que recientemente Valeria Márquez (México) y María José Estupiñan (Colombia), dos mujeres menores de 24 años y ambas generadoras de contenido, que fueron violentadas con disparos en sus caras, genera una sensación de impotencia y angustia enorme. Es como si las quisieran eliminar de toda memoria.

Solo pregunto: ¿qué herramientas se les debieron dar a ellas y a otras mujeres para evitar semejantes situaciones? ¿Qué tipo de parejas y amigos tenían? ¿Cómo prevenir que esto se perpetúe? Y, no menos importante, ¿cuál es el papel de la educación para impedir estas tragedias? Si bien la violencia es un asunto de una sociedad enferma y es deber del estado regularla, mientras ello ocurre debemos fortalecer a los niños y jóvenes para que puedan navegar en entornos agrestes.

Casos como el de Valeria y María José invitan a una reflexión urgente sobre cómo se están abordando los conflictos en colegios y universidades, donde a menudo se tratan de forma superficial, pese a las señales de alerta. El documental de la DW ¿Por qué los maestros latinoamericanos están huyendo de las aulas? Evidencia que muchos docentes hoy son víctimas de maltrato, una problemática que ya desborda tanto a las familias como al sistema educativo.

Este problema no es exclusivo de América Latina; la serie Adolescencia de Netflix muestra cómo, incluso en países como Inglaterra, muchos padres desconocen la vida paralela de sus hijos en redes sociales hasta que es demasiado tarde. Algunos espacios en internet se han vuelto focos de odio y discriminación, y al combinarse con entornos donde emociones como la ira y la frustración no se gestionan bien, el resultado puede ser una mezcla peligrosa con consecuencias fatales.

Aunque el conocimiento es clave para el desarrollo humano, no basta por sí solo para una convivencia sana; por eso, es esencial que las instituciones educativas promuevan la resolución de conflictos con asertividad, el respeto por la diferencia y el diálogo argumentado, mientras que en el hogar debe fortalecerse el amor propio. Tal vez una mejor educación no habría evitado las tragedias de Valeria y María José, pero casos como estos deben generar conciencia sobre la necesidad de construir una sociedad basada en el respeto, la vida y las buenas relaciones.