Desde hace unas semanas, los usuarios de la Gran Vía (carrera 51B) han podido observar la reinstalación de la cámara de detección de infracciones ubicada en la recta frente al colegio Sagrado Corazón. La señalización indica que el límite de velocidad en ese tramo es de 50 km/h, así que, desde el punto de vista de la seguridad vial, hay una ganancia. Esto resulta obvio: las altas velocidades aumentan la gravedad de un accidente, por lo tanto, cualquier medida que invite a quitar el pie del acelerador debe ser bienvenida.

Sin embargo, el caso de la Gran Vía resulta contradictorio. El diseño vial contempló la construcción de tres carriles de 3,50 m de ancho en ambos sentidos, una configuración que propicia la aceleración de los vehículos. Por eso, no se comprende que ahora se reinstale la cámara mencionada, pues no guarda coherencia con las decisiones que se tomaron. Si la intención era facilitar el flujo vehicular sin fomentar el exceso de velocidad, debieron considerarse otras estrategias, especialmente aquellas vinculadas al concepto de pacificación del tráfico.

En términos prácticos, la pacificación del tráfico ofrece un conjunto de medidas —en su mayoría físicas— orientadas a reducir los impactos negativos del tránsito motorizado, modificar el comportamiento de los conductores y propiciar mejores condiciones para los usuarios del espacio vial, usualmente mediante la limitación de las velocidades excesivas. Estoperoles, ampliación de andenes en las intersecciones e islas peatonales son algunos ejemplos de ese tipo de intervenciones.

Diferentes estudios han confirmado que, en las vías urbanas, la dimensión de los carriles es un factor decisivo para la seguridad: en la medida en que el carril es más ancho, los conductores tienden a desplazarse a mayor velocidad y con menor atención; mientras que, con carriles más estrechos, circulan más despacio y con mayor precaución. Para expresarlo claramente, en una ciudad, los carriles estrechos son mucho más seguros. Seguros, no rápidos. Y este es un criterio fundamental para definir prioridades y sustentar las decisiones de diseño. Suponiendo que la intención en ese tramo de la Gran Vía era mantener la velocidad de los vehículos por debajo de los 50 km/h, los carriles no debieron exceder los 3,00 m de ancho.

Con carriles ajustados a las necesidades —racionales y coherentes— queda espacio para otros usos, mejores andenes, más arborización o incluso previsiones para eventuales ampliaciones y la incorporación de carriles exclusivos para el transporte público. Creo que el diseño de nuestras vías requiere un audaz cambio de perspectiva.

moreno.slagter@yahoo.com