La escalada del conflicto en Oriente Medio, con los ataques entre Israel e Irán, representa un riesgo inmenso para la ya frágil estabilidad global y, por supuesto, para la protección de la población civil en ambos países. El incumplimiento de los compromisos en materia de enriquecimiento de uranio por parte del régimen iraní —un régimen enmarcado en un autoritarismo religioso— constituye una amenaza no solo para Israel y su entorno regional, sino también para los países de Occidente.
Irán, con sus proyectos de enriquecimiento de uranio, ha violado abiertamente el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), suscrito en 2015 con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Alemania y la Unión Europea. Este acuerdo establecía que Irán reduciría en un 98 % sus reservas de uranio a cambio del levantamiento de las sanciones económicas internacionales que pesaban en su contra.
La pregunta esencial que debe plantearse la sociedad internacional —representada en la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU— es cuál es la vía más adecuada para detener el enriquecimiento de uranio en Irán, frente al reiterado incumplimiento de los acuerdos, sin poner en riesgo aún más la paz y la seguridad internacionales.
En este contexto, la decisión más crucial recae en el gobierno de Estados Unidos, que definirá en las próximas dos semanas si intervendrá directamente en el conflicto para apoyar militarmente a Israel o si continuará limitándose al apoyo logístico y financiero que actualmente ofrece a su principal aliado en la región. Hasta ahora, la postura de Donald Trump ha sido la de mantener una ambigüedad estratégica: ejerce presión con la amenaza de una posible intervención militar, sin descartar al mismo tiempo una salida negociada con Irán.
Una intervención directa de Estados Unidos —contradictoria con la doctrina del presidente de “America First”— tendría consecuencias sumamente graves, tanto para el propio país como para la estabilidad regional. Como se plantea en un reciente artículo de Foreign Affairs, titulado “Don’t Betray ‘America First’ With a War on Iran” (“No traicionen el ‘America First’ con una guerra contra Irán”), una acción militar estadounidense implicaría un alto riesgo de represalias por parte de Irán contra sus bases militares en Irak, Siria, Bahréin y Catar, así como ataques contra vías marítimas estratégicas como el estrecho de Ormuz, por donde circula el 20 % del petróleo mundial. Además, esta intervención podría replicar los errores cometidos por Estados Unidos en Irak, donde la guerra prolongada y los costos humanos, políticos y económicos resultaron devastadores y generaron inestabilidad a largo plazo en toda la región.
A esto se suma el escaso respaldo político y ciudadano que tendría una intervención militar: según la encuesta de The Economist/YouGovsolo el 16 % del público estadounidense la apoyaría, y dentro del movimiento MAGA (Make America Great Again), apenas un 19 %.
Ante este panorama, tal vez la postura más sensata sea la adoptada por el Reino Unido y la Unión Europea: apostar por la vía diplomática para desescalar el conflicto, reforzando los controles y aumentando las exigencias sobre el programa de enriquecimiento de uranio en Irán.
@tatidangond