«Para pensar se necesita un silencio absoluto». Esta frase de Los años de peregrinación del chico sin color, de Haruki Murakami, me inspira para escribir ahora que en toda vida es quizás el silencio el que mejor habla. He terminado de leer esta novela sobre “la amistad, el amor y la soledad de aquellos que todavía no han encontrado su lugar en el mundo”, e inevitablemente sigo pensando en el valor de los amigos y en el poder de sentir que somos parte de algo.

Aunque Tsukuru Tazaki tiene una vida, no tiene un color. O eso es lo que cuenta el autor sobre alguien que al romper de forma abrupta y misteriosa la amistad con Akamatsu, Oumi, Shirane y Kurono —el grupo con el que compartió toda la adolescencia— se sume en un espiral casi sin retorno que por poco lo hace enloquecer. A excepción de Tazaki, todos ellos tienen un color. Los ideogramas con que inicia cada apellido se leen Aka, Ao, Shiro y Kuro, los cuales, respectivamente, significan rojo, azul, blanco y negro. Me pregunto si para vivir es necesario tener o no color.

La obra de Murakami no habla del color de la piel, sino del color del alma. Y ese es el que tal vez sí importa. Más allá del tiempo y el espacio en que nacemos, ¿con qué nos identificamos? La idea de identidad es una quimera si se piensa en que no existen fórmulas exactas para afrontar la realidad. Realidad que construimos con los amigos, al tiempo que la construimos solos.

«Eso es lo esencial para poder ser libres: sentir respeto y aversión hacia los moldes», se lee en esta obra en la que el escritor japonés insiste en una filosofía que humaniza aquellas cosas de la vida que, aun siéndolo, no suelen ser vistas como importantes. «A lo largo de nuestra vida vamos descubriendo poco a poco nuestro verdadero yo; y, a medida que lo descubrimos, perdemos parte de nosotros mismos», dice uno de los personajes de la historia, enseñando la autopercepción como un arma de doble filo.

La de Tsukuru Tazaki es quizás la historia de la mayoría de las personas. Si no es la de todas. Siempre queremos sentir que pertenecemos a algún lugar, a la vez que deseamos estar seguros de que son muchos los seres y las cosas que nos pertenecen. Pero para gozar de eso es menester el sufrimiento. «Los corazones humanos no se unen solo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida», reflexiona Tazaki hacia el final de la novela. En el más icónico monólogo de Hamlet, Shakespeare sentencia: «Ser o no ser, esa es la cuestión». A juzgar por mi apellido, podría decirse que mi color es el rojo. Probablemente nunca sepa cuánta influencia tiene eso en lo que yo soy.

@catalinarojano