No creo que pueda olvidar nunca el vacío en su mirada de ojos claros, ni la delgada fragilidad de sus 11 años, ni la serenidad del discurso con la palabra precisa para narrar lo inenarrable: la atrocidad a la que fue sometida por su propio padre y otros miembros de la familia, incluidas mujeres, quienes abusaron sexualmente de ella desde sus 6 años hasta hace pocos meses.
Yo la escuchaba con la distancia técnica suficiente para no contagiarme de su dolor, pero con el alma en vilo ante la descripción de las barbaridades en su contra por esos perversos (as), de lo que sólo se enteraron en su casa cuando descubrieron que intentaba cortarse los brazos hace unas pocas semanas. Cuando explicó la razón por la cual quería hacerlo, no le creyeron. Por supuesto, nadie podía aceptar que tal monstruosidad ocurriera en esa casa.
Yo sí le creo. Ninguna niña de esa edad se inventa una historia de terror con tanta precisión y detalle, mucho menos en las condiciones en que el abuso ocurrió. Pero lo que me convenció del todo fue la frase que me devolvió cuando le pregunté cómo había hecho para soportar tanta depravación sin enloquecer: “Yo lo normalicé”, dijo. Inmediatamente sentí llover sobre mi cabeza páginas del libro Trauma y recuperación. Lo que está más allá de la violencia –del abuso doméstico al terror político-, de la psiquiatra Judith Herman, un clásico sobre trauma después de Sigmund Freud. Esta chica era un ejemplo de todo lo que ella dice, empezando por la primera frase: “La respuesta ordinaria a las atrocidades es tratar de desterrarlas de la conciencia”. Los mecanismos de defensa ante el trauma son lucha, huida y sumisión. Cuando no es posible luchar o escapar, queda la sumisión. Y eso fue lo que ocurrió.
Lo que llamó mi atención fue la forma inteligente en que lo resolvió. No lo hizo desde el dolor y el sufrimiento inevitables, sino asumiendo que era algo que debía aceptar en su vida, aún sin comprender muy bien la magnitud de todo ese trauma psicológico, o la patología mental de los miembros torcidos de su familia que participaron en esos actos en contra de la naturaleza humana representada en esa criatura.
Debo reconocer que, cuando se encaminó a su sala donde estaba internada, la percibí como levitando por encima de la maldad en este planeta y empecé a admirarla.
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