Todo iba bien en mi recorrido desde 1908, cuando Eugene Bleuler acuñó el término para definirlo como “autoabsorción mórbida”, hasta 1988, cuando estaba acabando mi maestría en Paidopsiquiatría en la Universidad Nacional Autónoma de México y uno de los maestros, el Doctor Gregorio Katz Guss, me concedió el honor de invitarme a su clínica de Psiquiatría, Psicología y Psicopedagogía, para enseñarme todo sobre trastornos del desarrollo. Allí, conocí por primera vez a un niño autista.
Me tocó recurrir a mi entrenamiento en psiquiatría de urgencias y a las enseñanzas de mi sensei para que no se me escaparan unas lágrimas de la emoción cuando apareció la diapositiva con su foto y empecé a explicar cómo me entrenaron en el diagnóstico y tratamiento. No era para menos, 38 años después le doy las gracias nuevamente por haberme educado para entender un fenómeno biológico complejísimo y poder ofrecer alternativas contemporáneas para su abordaje.
Las emociones no pararon ahí. Hubo una segunda descarga con una diapositiva en la que aparezco con una chica autista a quien tuve la oportunidad de presentar en la Universidad de Cartagena para estudiar Literatura, la cual terminó en una de Bucaramanga, y una de las asistentes, madre de esa chica y de 2 hijos más también autistas, rompió en llanto mientras explicaba cómo había hecho de los 3 unos profesionales. La emoción fuerte para mí fue su agradecimiento por haberla asesorado todos estos años en el manejo de sus hijos, en particular, a su hija desde la infancia. Pero yo estaba Sensei-Ni-Rei.
El mayor está terminando el Doctorado en Ciencias de la Ingeniería en Chile con Mención en Mecánica; el menor, estudió también en ese país Ciencias con Mención en Ecología y Evolución y salió con una maestría en Genética. Qué vaina linda. Precisamente lo que estaba necesitando para terminar el libro que estoy escribiendo sobre el autismo, lo relativo a su genética y evolución.
Me resultó igual de gratificante comprobar que fuimos capaces de transmitir a los asistentes una explicación científica de lo que son los Trastornos del Espectro Autista y soluciones prácticas a ciertas dificultades que aparecen con marcada frecuencia en la consulta diaria.
La mejor recompensa de todas fue recibir de cada asistente al final de la jornada un agradecimiento acompañado de un estrechón de manos o un abrazo, junto con la promesa de no perder el contacto para seguir trabajando en esta realidad que se nos vino encima y debemos afrontar como sociedad, no como grupos de padres.
Quedó pendiente el tema de la inclusión, debido a su complejidad, no hubo tiempo para desarrollarlo.
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