A partir de agosto de este año, Finlandia adoptará una nueva normativa que limita el uso de teléfonos celulares en la jornada escolar, motivada por la creciente inquietud sobre sus efectos en la salud emocional y el desempeño académico de los alumnos. Un par de meses antes Dinamarca anunció una medida parecida, necesaria, según el Gobierno, para evitar que los colegios fueran «colonizados por las plataformas digitales», e instó al resto de Europa a seguir su ejemplo. Ayer, en una entrevista al diario The Guardian, Matthew Tavender, director de un colegio de St. Albans (Reino Unido), definió a WhatsApp como «la raíz de todos los males», durante el aniversario de su campaña para convertir esa pequeña población en un sitio libre de smartphones para los menores de 14 años.

Poco a poco se va ampliando el consenso. Diversos estudios afirman que el uso de las redes sociales puede relacionarse con bajos rendimientos escolares, un deterioro de las habilidades interpersonales y el aumento de trastornos como ansiedad, depresión y baja autoestima, especialmente entre los niños y adolescentes. La exposición permanente a retos absurdos, lenguaje violento y a modelos de vida, belleza y éxito profundamente distorsionados, terminan pasando factura. El hecho de que varios de los países más avanzados del mundo, entre ellos los paradigmáticos países escandinavos, estén tomando medidas concretas para limitar la edad de acceso a las redes es una clara señal para todos.

No se trata de desacreditar la tecnología ni de añorar un pasado analógico. El problema no son los celulares ni las plataformas en sí mismas. Se trata de comprender los peligros que conlleva su uso descontrolado y los efectos que tales abusos generan en las mentes en formación. Así como no permitiríamos que un niño de ocho años condujera una bicicleta en una autopista, dado que se vería expuesto a situaciones y velocidades que no logra interpretar ni entender y que podrían causarle gran daño, se debe tener una actitud más decidida sobre el uso de los teléfonos celulares por parte de los jóvenes. Los riesgos son enormes.

En nuestro entorno algunos colegios están empezando a comprenderlo e intentan actuar en consecuencia. Sin embargo, queda una tarea pendiente para la mayoría de los padres. Permitir que un niño o un joven tenga acceso indiscriminado a las redes sociales no equivale a promover su autonomía ni a darles libertades: se parece más a soltarlo a su suerte en una autopista, sin casco, sin instrucción y sin experiencia. ¿Haría usted eso con sus hijos? Quiero creer que no.

moreno.slagter@yahoo.com