No siempre coinciden ambos atributos, pero en este caso la suerte acompañó: en el 2024 lo más importante del año fue al mismo tiempo lo mejor que nos pasó. No fue alguna de las rimbombantes propuestas del gobierno, un triunfo deportivo, ni cualquiera del sinfín de noticias inquietantes que desbordaron los titulares de prensa. Nada de ese flujo de sobresaltos alcanzó a ser tan relevante como el regreso de Paul McCartney a Colombia, el primer viernes de noviembre.
Es probable que varios lectores juzguen como frívola esa elección. Verdaderamente el desquiciado panorama interior, sumado a todo el desbarajuste mundial con sus guerras e infamias, ofrece una visión más bien oscura del porvenir y parece que sucedieron cosas más trascendentales que un concierto. Pero precisamente por eso, porque en medio de tales embrollos es necesario forzar el optimismo, la visita de McCartney funcionó como un consuelo perfecto, un bálsamo que nos permitió olvidarnos de todo eso y volver a creer en la alegría.
La música tiene una capacidad única para trascender lo cotidiano. En medio de un entorno tan turbio, las canciones de McCartney no solo ofrecieron entretenimiento sino un terapéutico respiro, un momento en el que miles de personas se reunieron para compartir sus emociones más sinceras. Esa conexión masiva, ese instante de esperanza que trasciende las fronteras de lo individual, es lo que convierte la música en un antídoto poderoso y necesario contra la desesperanza.
No es que se requiera a un músico de Liverpool para enseñarnos eso, por estos lados tenemos nuestras propias expresiones musicales, que no son pocas. Lo que sucede es que el mensaje de McCartney y de los Beatles es universal, sus canciones se cantan en todos los rincones del planeta y superan los límites entre las culturas. Cuando uno canta Hey Jude o Blackbird, está cantando con todas las generaciones de personas que las han tarareado en algún momento de sus vidas, desde Indonesia hasta Barranquilla, desde 1968 hasta hoy.
«La vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio», sentenció Nietzsche. Por lo tanto, los músicos, digo yo, nos sacan del error, nos alivian y nos liberan. Vaya que necesitamos eso. Uno de esos músicos, quizá el mejor de todos, miembro de la banda más exitosa de la historia y un auténtico proveedor de felicidad (¿quién puede estar de mal genio después de escuchar Getting Better?), regresó a nuestro país después de doce años. No creo que nada de lo demás, uno solo de nuestros problemas y enredos, pueda ser más importante. Ni mejor.