La mentalidad cosmopolita parece haber quedado atrapada entre el neopopulismo de nuestros tiempos y la nostalgia de una región que ha visto tantos cambios que poco sabe cuál es su pasado más decente y más rescatable. Vivimos, si se quiere, dentro del factor wow: todos los días hay nueva distracción, una nueva noticia, un nuevo suceso que anula nuestra capacidad de memoria inmediata y ara un territorio de borregos totalmente flojos al momento de reflexionar y cumplir con nuestro deber y salvación de cuestionar, exigir y analizar. Ahora, muchos podrán tildar esta diatriba de idealismo desmesurado, pero primero, algo corto:
Si hacemos un análisis juicioso de la manera como la región está creciendo y la mentalidad que está permeando el hacer de las urbes, podríamos concluir que estamos frente a una peligrosa y posible muerte, temporal, del pensamiento cosmopolita y crítico que tanto ensalzó a esta región y al mundo hace no muchos años. Parece nos estamos devolviendo a un pensamiento nativista y primitivo donde reina lo local sobre lo local: cosmopueblita vs. cosmopolita.
Décadas atrás tal vez este pensamiento cerrado sería bien recibido, necesario incluso, pero, dado el mundo que nos ha tocado, y más importante aún, dada la meta de la región de posicionarse como abierta, turística, y cultural, entonces esta tendencia puede resultar siendo contraproducente para nosotros. Debemos, en vez, darle rienda suelta al pensamiento libre, a la cultura, al arte, y a que predomine recibir nuevas ideas y nuevas corrientes, tal como los puertos que tanto nos determinan. Bajo estos enfoques, podremos encontrar un balance importante de tener siempre las necesidades locales como base, pero alimentarlas y enmarcarlas en las corrientes globales, para así poder, en verdad, dialogar con lo que está pasando en el resto del mundo.
Es duro pero es verdad, el desarrollo y el crecimiento de cualquier lugar no viene sin sus bemoles, y en nuestro caso, no debemos estar satisfechos solamente construyendo un cascarón; el cuerpo para andar necesita huesos y músculos, sino sería una tarea insostenible azotar baldosa o brillar hebilla.
Por eso pienso que cuando el maestro Adolfo Pacheco escribió “a mi pueblo no llego a cambiarlo por ningún imperio”, difícilmente se refería a maniatar nuestra capacidad de imaginar, crear, e inspirarnos, sino, más bien, a entendernos como pueblo para pensarnos como ciudad y crearnos como región.
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