Pregunta: ¿Por qué cuando invitamos a una mujer a tener relaciones sexuales, a veces le decimos “vamos a echar un polvo”? Gustavo A. Barrios, B/quilla

R.: Una acepción del diccionario registra ‘polvo’ como sinónimo de coito. La versión más difundida dice que en los siglos XVIII y XIX hombres aristocráticos o burgueses consumían rapé, es decir, tabaco en polvo, que se aspiraba por la nariz, cuyo efecto inmediato era una serie de estornudos, algo de mal recibo cuando había damas, por lo cual esos caballeros se ausentaban con la excusa de que iban a echarse un polvo en la nariz. Pero cuando salían a echarse el polvo no siempre aludían al rapé, sino al coito con alguna mujer presente o con alguna de la servidumbre, por lo general, una acción furtiva e incómoda y, sobre todo, fugaz, un verdadero polvo de gallo. Otra versión sostiene que la expresión viene de Génesis 1:19, donde se lee: “Porque eres polvo y al polvo tornarás”, frase que en España se repetía como “polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos”, cuya segunda parte, “del polvo venimos”, se consideró equivalente al acto sexual. Aventurando otra hipótesis, me pregunto si tendrán que ver con esto “los polvos de la madre Celestina”, artificios de la vieja alcahueta, propiciadora de encuentros sexuales secretos en la clásica obra de Fernando de Rojas.

P.: Dije que iba a hacer “un listado de personas” y me dijeron: “Querrás decir una lista”. Y. M., B/quilla

R.: La última edición del Diccionario de la lengua española (2014) registra ‘listado’ con el sentido de ‘lista’. Sin embargo, antes de ese año no era correcto decir, por ejemplo, “el listado definitivo de los jugadores de la Selección”, sino “la lista definitiva”, porque listado era lo que tenía listas, como una cebra o ciertas telas. Quizá ese uso viene de la era de los computadores primitivos, cuando los conjuntos de datos organizados se imprimían en grandes hojas de papel, listadas con dos colores verdes, uno más intenso que el otro, que fueron muy usados hasta hace algunas décadas.

P.: El sufijo -orio denota lugar; por eso, un escritorio es lugar para escribir, y un oratorio uno para orar. Entonces, ¿por qué se dice que alguien ofrecerá un conversatorio? Balmiro Gutiérrez, B/quilla

R.: Si escritorio y oratorio son lugares para escribir y orar, conversatorio es lugar para conversar. Este término reciente, un neologismo, es ambiguo y demasiado abarcador, pues con él se nombra toda una cadena de técnicas de comunicación, como conferencias, debates, mesas redondas, paneles, simposios. Prefiero decir ‘coloquio’ (del latín colloquium, derivado de colloqui, conversar, conferenciar). Esta es otra prueba de que el pueblo va moldeando la lengua, al punto de que ya la penúltima edición del diccionario académico (2001) anota ‘conversatorio’ con el significado de rueda de prensa, mesa redonda o reunión de personas versadas en una materia para tratar un asunto.

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