El pasado 6 de mayo se conmemoró un año más del natalicio de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis y una de las figuras prominentes del siglo XX, y de él recordé un escrito en particular al desternillarme de la risa con un meme que me enviaron unos amigos que pertenecen a un sector político en contra del candidato de otro grupo político. Era tan mordaz la caricatura que me llamó a la risa inicialmente, luego a la reflexión, después, a recordar su escrito El chiste y su relación con el inconsciente (1905), libro que leí hace muchos años y del que aprendí sobre lo que hay detrás del chiste que hacemos, en especial para mofarnos de alguien. Es uno de sus libros menos leídos, tal vez porque es muy complejo. Abarca desde la formación del chiste, pasando por las tendencias, como la intención y el fin, hasta llegar al coquito de la cebolla: la psicogénesis del chiste, lo que está en lo más profundo de la psique, lo inconsciente que realmente lo motiva. También lo analiza como fenómeno social y las repercusiones que tiene en la sociedad.

El chiste tiene un poder enorme, mayor que cualquier otro fenómeno que pueda concitar personas para un fin, porque es sorpresivo, contagioso, liberador de energía. Sin embargo, ese poder debe tener un límite, que es la dignidad de las personas, o de grupos sociales, porque puede tener repercusiones perjudiciales para la persona objeto de burla, o lamentables si hubiera represalias. En 2015, en París, dos encapuchados asesinaron a 12 personas, entre ellos a los caricaturistas, en la sede del semanario Charlie Hebdo, después de que estos publicaran unas caricaturas en las que se burlaban de una manera ofensiva de su líder religioso.

El maestro Freud escribiría textos interminables en las condiciones actuales con todo el material que obtendría de las redes sociales, en especial con el manejo que hacemos en nuestro país con motivo de las próximas elecciones. Lo que hay en las redes no es un debate acerca de las propuestas de sus candidatos, sino una burla o difamación del otro, va ganando el que saque más trapos sucios a los demás, y aquí es donde aparece ese ingenio para el chiste descalificador que trata de eliminar al rival de un solo trazo o con pocas palabras dichas de forma graciosa para que causen el efecto deseado.

Mientras más fino el chiste es más perversa la intencionalidad. Hay un gran nivel de gozo en quien crea el chiste y mide su efecto de ridiculizar al otro, pues, a pesar de tener un origen inconsciente su disfrute es consciente. Puede interpretarse como un consuelo ante la frustración de no poder satisfacer mis deseos íntimos de tener a mi candidato en posición de privilegio. Entonces, digo el chiste más atrevido que se me ocurra para ridiculizar al rival y obtener votos a partir de ese actuar, así exponga la moral de esa persona al escarnio público. En el fondo es un chiste barro.

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