Es el nombre africano de un húngaro filólogo que llegó a La Habana hace varios años para adelantar un estudio sobre la literatura del Caribe y terminó en la rumba total cuando conoció el tambor en la esquina cubana. Esto es literal, porque Istvan Dely, como es su nombre en la etnia magiar, paró sus estudios de literatura para dedicarse a estudiar el tambor africano y luego enseñarlo, con el fin de no abandonar del todo su vena de docente y, sobre todo, rendir homenaje a ese sonido.

Con Istvan tengo una amistad a partir de ser su alumno en la Escuela de Percusión de Barranquilla (Epebá), la cual no está más porque se trasladó con su familia a Cartagena para continuar su docencia en el tambor en esa ciudad. Nos conocimos gracias a la afortunada intervención de Francisco Fadul quien, conocedor de mi necesidad de aprender a sonar un tambor, nos presentó. Yo recién regresaba de mis estudios fuera del país muy animado por lo que había aprendido, pero frustrado porque venía con mi tambor de regreso y sin haber aprendido a sonarlo, pues nadie pudo enseñarme en Panamá o en México, donde estudié. Y no es que fueran malos profesores, de hecho, todos eran percusionistas reconocidos, pero no les entendía su método. Fadul me dijo “bróder, te tengo al man que te va a enseñar a sonar el tambor. Es un húngaro filólogo que viene de La Habana”. Y yo, en un gesto soberbio, levanté una ceja y con tono de mulato sabiondo, le contesté “bróder, ¿cómo así?, ¿un húngaro?”.

Sí, un magiar, de corta estatura, delgado, con manos de gorrión y tocado con un sombrero kente kufi, nos recibió en su casa-academia de percusión con su esposa Leonor y sus hijos David (q.e.p.d.) y Shangó, quienes se encargaron de demostrarme con cada golpe al cuero del tambor que, el hecho de haber nacido por aquí no me concede ningún conocimiento musical.

Ese hombrecito con esas manos pequeñas sonaba con una técnica de conservatorio callejero esos cueros para explicar la diferencia de sonido de cada golpe y entender lo que dice el tamborero. Sus clases no eran el cutuplá cuplá, sino el abc de cada golpe, cómo se deben colocar las manos, cómo acomodar los dedos para depurar el sonido, cómo debe sonar en cada sitio del cuero si la técnica del tamborero es buena.

Como si esto fuera poco, Istvan, en compañía de un colega, creó un método para nombrar y escribir los golpes en una especie de pentagrama de 8 espacios para cada compás que reproduce la base rítmica de cada tambor del Caribe. Para mí fue una iluminación comprender la diferencia sonora entre una bomba, un guaguancó, una plena, un reggae, un son y, ante todo, la grandiosidad de la cumbia. Ese húngaro de piel clara le enseñó a este criollo de tez más oscura que era un ignorante de su propio folclor.

Hoy en la tarde rendimos homenaje a nuestro ‘Drum Guru’ con un bembé en un salón de eventos de la Corporación Universitaria de la Costa.

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