Ya pusimos los pies en el nuevo año. Ya hicimos el alto reglamentario para brindarle al cerebro –y a su elaboración más opresora, las emociones– la oportunidad de organizar en un calendario el torrente de información que recibirá durante los próximos 365 días. Aquí estamos: babeantes, suspirantes, todavía saturados de ternezas y embadurnados con el almíbar de los afectos que hemos estado transpirando por muchos días. Todavía en el estado de bondad al que accedimos cuando, por efecto de las fiestas navideñas, conseguimos olvidar los sucesos habituales. No quisiéramos saber nada de trifulcas, de traiciones, de afanes ni de rufianes; nada de incrementos salariales, de Putin o de Kim Jong-un. Aún no deseamos hablar de crecimiento económico o de desastres climáticos, ni de la suerte del bitcoin o el descubrimiento de una nueva estrella de neutrones. Queremos edulcorantes, sustancias que nos ayuden a abandonar este paraíso temporal, temas que pudieran aliviarnos en el trance de pasar de la realidad ficticia de los diciembres, a la realidad real de los eneros.

Como solía decir Blacho –un miembro de nuestro clan familiar que es un auténtico exponente de esa jerga caribeña tan sonora como explícita– queremos hablar vascuencias, es decir, estupideces, disparates, cosas sin lógica y sin peso. Hablar de esas cosas vanas representadas por una expresión no reconocida por la RAE, aunque el pródigo lenguaje popular del universo Caribe la ha utilizado con propiedad y con vehemencia desde mucho tiempo atrás.

Entre las tantas necedades que publicitan los medios y seducen a la sociedad, la llamada boda real del príncipe Harry de Inglaterra con la plebeya Meghan Markle es una especie de lenitivo en la vuelta a la realidad. Comencemos por revisar las dos acepciones que establece el diccionario: real 1 adj. Que tiene existencia verdadera y efectiva. Real 2 adj. Del rey, de la realeza o relativo a ellos. En verdad, nada parecería más distante y más distinto que ambos significados, sin embargo, quizá no lo son.

Se presumiría vascuencia todo aquello que se dice cuando un miembro de esa élite dirige sus armamentos al cuerpo de una mortal sin abolengo. Se ha dicho que la Markle es divorciada, que no corre por su sangre ni una gota de ese azul que tiene la piel de los que jamás se han echado al sol con el azadón. Que su mestizaje no podría disimularse. Que su substancia genética no es apta para cargar con un título de princesa. Aparentemente las trivialidades en que vive de la realeza son de lo puro irreal, pero, lo cierto es que la existencia verdadera y efectiva, lo real, bien podría ser la que exponen esos grupos familiares que coinciden en riqueza, privilegios y poder; ellos asumen realidades de la condición humana que nosotros, los plebeyos, encubrimos. Comprender lo que hay detrás de hablar vascuencias. Sin duda es una manera interesante de abordar lo inabordable.

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