El asno le dijo al mulo, ande para allá, orejudo.
El mulo quedó estupefacto. De su cabeza triangulada emergían dos pabellones cartilaginosos que, a decir verdad, eran muy parecidos a los del asno.
Pero no dijo nada, y dejó que su detractor y otros burricus marcharan por algunas ciudades para rebuznar contra el defecto que también era el de ellos.
En el desfile hubo toda clase de équidos: había pollinos sin mucho criterio que fueron a jugar a la protesta de moda, sementales ardorosos que bajaron de alguna montaña con ínfulas presidencialistas, y, por supuesto, los burros domesticados, que eran los más y los más gritones.
Con el legado dionisiaco de la palabra lanzaron consignas contra el mulo, que seguía, callado, en la otra orilla.
Renuncie, le decían. ¡Váyase de la finca!
En medio de la asnarabía lo acusaban de haber entregado la hacienda a los violentos, de haber subido los impuestos de los siervos y de haber recibido dineros de una empresa cuestionada para financiar su campaña al trono.
¡Ah bestias!, exclamó para sus adentros el mulo observador, mientras detallaba a cada uno de los caminantes cerreros.
Entre los marchantes había un ex preasnisidente que repartió heno al Congreso de mamíferos placentarios para que lo reeligieran en la primera magistratura; un exburricurador que fue destituido por corrupción, y más de un équido de cola de paja que fue tentado por la misma empresa corruptora.
Y, ¿entonces?, relinchó el cuadrúpedo.
Colado entre la burritud había, inclusive, un pastor que parecía creer más en el burro como símbolo de partidos políticos que de la humildad cristiana, y hasta un equus colombianus asesinus, que se adjudicó más de 300 muertes cuando era burrotraficante.
Y que –respondió uno de los manifestantes– si 300 fueron los muertos que produjo el desbordamiento de tres ríos en la lejana población de Mocoa, gracias al atentado de los guerrilleros que gobiernan el rancho.
Esa fue la acusación que más indignó al mulo. No era posible que se aprovecharan del dolor del Putumayo para desplegar semejante burrada.
De manera que respiró tranquilo y ripostó, con entonado acento:
Mulo soy y no hago aspavientos/por los flirteos de mi madre/que sucumbió ante la gracia del burro/y decidió hacerlo mi padre.
No me hago culpable de sus calenturas/ni del acoso de aquel hocicón/que está perdiendo la compostura/y acusándome de corrupción.
No juzgo su heredad/y tampoco su dudoso origen/pero, ¡ah malaya! A usted lo rige/la estrella mayor de la maldad.
Que me vaya dice ese día/dizque por hacer lo que él hizo/que respondan ante la fiscalía/él y sus funcionarios huidizos.
Pues, como la paja en el ojo ajeno/anda buscando chanchullo/y todo el tiempo destila veneno/sin mirar la viga que le puya el suyo.
Que ya busque otro discurso/si con la paz lo perdió/porque no parece bien visto/que el burro le diga al mulo: orejón.
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@AlbertoMtinezM