Esta semana, uniformados de la Policía Metropolitana detuvieran a un tipo sorprendido masturbándose dentro de un bus de Transmetro. Una mujer alertó a la policía en la estación La Ocho. Unos días antes, una joven de 19 años denunció a un hombre por tocarle los glúteos reiteradamente en un bus del mismo sistema de transporte. En un caso, el agresor fue capturado, y en el segundo el tipo enfrenta un proceso por delito de injuria. Dos casos no son suficientes para decir que hay una tendencia de denuncia al acoso callejero entre las barranquilleras, pero es suficiente para tener una esperanza de que este tipo de agresiones dejen de ser toleradas.

En nuestra cultura se valora ser pícaro y coqueto, tanto en hombres como en mujeres, y sin duda, son dos cualidades que bien llevadas le dan un gran encanto a la gente Caribe. Sin embargo, han sido celebradas al punto de que creemos que cualquier cosa que se les parezca vale, entonces se confunde coquetería con gritarle a las mujeres cosas en la calle. Un ejemplo: en diciembre, una amiga iba caminando por la 51B con 82 cuando un tipo le gritó: “Uy flaca, mi amor, dame tu número”. En vez de torcer los ojos y mirar hacia otro lado, como hacemos la mayoría de las costeñas, decidió hacer un experimento y confrontarlo. Le dijo: “Te doy mi número, si me das el tuyo, ¿me vas a invitar a salir?” El hombre contestó: “No, invítame tú, no me voy a gastar la plata”, y se montó en un bus. Lo que mostró el experimento es que el tipo no le estaba gritando por la calle porque quisiera de verdad conocerla, o salir con ella. No le estaba coqueteando. Tampoco había imaginación o ingenio en sus palabras, no la hizo reír. Le estaba gritando, porque ella era una mujer que caminaba sola por un espacio público que suele ser dominado por hombres. Un piropo es un cumplido pensado, hecho a la medida de quien lo recibe y dicho con el propósito de alegrar o agradar. Ninguna de estas virtudes las tienen los comentarios no pedidos que los hombres hacen sobre los cuerpos de las mujeres que caminan por las calles de nuestras ciudades. Estos gritos no son encantadores, son agresivos, por eso las mujeres se cambian de acera.

La canción éxito de este Carnaval es En las nalgas pégale, del Grupo Bananas, que es la reinterpretación pegajosa y alegre de una canción más vieja, me parece que africana. Seguro muchos creerán que a mí como feminista me debe molestar esta canción y que la encuentro alusiva a la violencia contra la mujer. Pero se equivocan. Me parece una gran canción, llena de la picardía costeña que tanto celebramos, y seguro será gran oportunidad para ‘mamar gallo’ en Carnaval. ¿Cuál es la diferencia? No hay que ser muy suspicaz para notar que la canción habla de travesura y no de maltrato. Quienes la bailan se ponen voluntariamente en un contexto, en un tono, en un plan juguetón en el que la frase no es agresiva. Hay una gran diferencia entre un bus de Transmetro y una pista de baile. Finalmente, pegarle a alguien en las nalgas no es malo en sí mismo, lo malo es que esto suceda sin el consentimiento de la otra persona. Sin consentimiento tampoco hay coquetería: no hubo el encanto suficiente para que los avances fueran bienvenidos. Ofender a las mujeres por la calle, y tocar sus cuerpos sin su permiso no son valores costeños.

@Catalinapordios