Mi padre hace un mes que está en cuidados intensivos. Cuando me lo dijo, pude darme cuenta que tenía la misma estampa de quien mucho tiempo atrás, había trasegado por los alrededores del estadio Suri Salcedo -así se llamaba en esa época-tejiendo la red de un baloncesto que se metió en las entrañas de quienes tuvimos la oportunidad de vivirlo.

Francisco Bertrán Calpe, hizo parte de esa generación de jugadores que se forjaron en el viejo coliseo de la 72, cuando este, no tenía techo y su maderamen era una desgastada loza de cemento.

Por esos días Antonio Barake, comenzaba a forjarse como entrenador, espacio que lleno con maestría, para hacer del instante una época de oro inolvidable, donde reinaba el buen juego y, el amor por la camiseta. Su sapiencia en la raya, le mereció el título del ‘Mandrake del baloncesto’, remoquete conque título una de sus columnas el desaparecido Carlos Lajud Catalán.

Para esos tiempos, cuando el Mediterráneo, era la estrella y oficina para quienes sembraban las ilusiones con los entrenamientos, ‘el Mono’ Bertrán, con su caminado desgarbado, sus ojos azules como el cielo de verano y, sus eternas sandalias de cura franciscano, ya era un personaje, que se distinguía de esa constelación de estrellas, por su manera de pensar.

Excéntrico, analista, y gran conversador, daba la sensación de estar caminando en el firmamento donde la brillantez del pensamiento no tiene medida. La última vez que vistió la camiseta del Atlántico, fue en los juegos nacionales de Ibagué en el año de 1970.

El camino de las sombras, cuando la droga explota en el cerebro, allanaron el camino para convertir al ingeniero de sistemas más empírico y brillante de estos lares, en un amigo de la calle, totalmente desposeído. De aquel jugador fuerte y altivo, al que las maquinas computadoras de la época le rendían homenaje, no quedaba si no la figura escuálida de andar cansino que transitaba sin rumbo por las calurientas calles de la ciudad.

Antes de sentarme a escribir este homenaje póstumo, Lincoln Moscarella, otro hombre ligado a estos menesteres del ayer, me relato facetas desconocidas de este personaje, que hace poco dejo de existir, rodeado, me imagino, con la soledad de sus hijos, únicos guardianes de una vida la cual se hubiera podido escribir una novela. Esa vez, el joven con la misma estampa de su padre, tuvo tiempo para preguntarme las cosas buenas que un hijo quiere saber del dueño de sus días, a sabiendas del calvario que les tocó vivir por causas de ese irreversible corto circuito que desdibujo por completo la semblanza buena del ayer. Paz en su tumba.