Adormecido con el verde de las montañas que rodeaban la casa donde me encontraba, alejado del mundanal ruido, con un clima propicio para escudriñar el alma y arrancarle gotas de inspiración al intento de escribir, me fui por unos días a esos parajes escondidos de la patria, con el ánimo de culminar con un proyecto que tenía guardado en el baúl de los recuerdos.

Aterrizando a la realidad, las noticias del maravilloso mundo del deporte no escampan y continúan mojando páginas, resaltando por estos días el Tour de Francia en bicicleta, donde el ídolo Nairo Quintana, es la esperanza de todos.

Anestesiado el resultado desastroso de nuestro representativo patrio en la pasada Copa América, porque el tiempo se encarga de ello, me pregunto qué hubiera pasado si el timonel de ese rotundo fracaso hubiese sido un entrenador colombiano.

Desde que el proceso del señor José Pékerman se inició, lo he venido analizando con la lupa de las partituras tácticas y he llegado a una conclusión: su manera de jugar ha estado revestida más por la técnica de los jugadores, por el buen momento de ellos, que de argumentos escritos en la pizarra, esos que consolidan los procesos.

La mano del técnico en estos aspectos es fundamental, aunque otros opinen lo contrario, porque la táctica no solo es el alma del juego, sino la inteligencia del mismo.

La curva de producción de la mayoría de los jugadores que juegan en Europa estaba agotada, llegaron a la competencia fundidos y no tuvieron ese esquema propio de los equipos con oficio que los arropara.

Los técnicos son como los maestros de escuela, unos pasan desapercibidos, otros dejan un legado para la posteridad y son, a mi parecer, el protagonista escondido del buen funcionamiento de los equipos.

Una institución o plantel educativo, y hago la comparación con el alma mater, porque la enseñanza del fútbol va más allá del buen pie, debe estar provista para su desarrollo de buenos maestros. Quedó demostrado en la pasada contienda americana que la mayoría de los equipos amparan su manera de jugar a los procesos que optiman la inspiración.

El campeón Chile, es un dechado de virtudes en estos conceptos y por eso fue campeón. La banda de los gauchos se ajustó a esa manera de jugar, dejando a un lado ese individualismo de tiempos pasados. Quisiera que el señor Pékerman dejara de esconderse en esa fortaleza impenetrable que lo aísla para que responda con esa sinceridad que lo caracteriza a qué se debió ese fracaso tan rotundo de esa Selección que salió de este país con el rotulo de finalista. Que nos diga porque esta vez no hubo buen juego, ni se vio ningún proceso. El silencio generalizado me sorprende.