Ajá! es una interjección considerada como uno de esos ‘barranquillerismos’ que forman parte importante de nuestro léxico cotidiano, y que sorprende al visitante o foráneo desprevenido, pues no entiende sus múltiples usos. Tiene tan diversas aplicaciones, que no cabría pensarlo en una palabra tan diminuta como efectiva, chiquita pero cumplidora, pues la empleamos para mostrar aprobación, reproche, sorpresa, expectativa, admiración, complacencia, como un saludo corto y muchas cosas más, y se ajusta a la entonación de la voz, acompañada de gestos usualmente del rostro, ojos y manos. Los barranquilleros la usamos como saludo inicial y ahora que estamos de moda en el interior del país, porque hemos demostrado nuestra superioridad en todos los campos, nos quieren imitar y así no es raro oír a un cachaco saludando de ¡Ajá! en vez de ¡Ala! Pero lo que no puede imitar es la entonación, porque es un ¡Ajá! cantadito, distinto del original. Cuando un esposo se retrasa, lo más probable es que le espere un ¡Ajá! con cara de perro bravo, y una morisqueta. Si a una persona la sorprenden in fraganti en una ‘malditicidad’ se lleva un “¡Ajá!, con que esas tenemos, ¿eh?”. Si tiene un chisme que no quiere contar: “¡Ajá!, suelta el cuento, pues”. O al que se lo han pillado y es de todos sabido: “Yo lo sabía, pero, ¡ajá!, no quise decir nada”. Al que se ganó la lotería y no lo había contado: “¡Ajá!, estabas calladito, ¿no?” O a la amiga que no ve hace mucho tiempo: ¡Ajá!, niña, dichosos los ojos que te ven”. O aprobando algo que ha hecho una persona: “¡Ajá!, eso está bien”. Si queremos apurar a alguien: “Ajá!, decídete, ¿vas o no vas?” Invito a mis lectores a pensar en otros usos, los cuales quedarían para una segunda parte, porque, ¡ajá!
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