“Cuando aparezcan los hilos de plata en tu juventud”, dice una vieja canción. Y aunque no explica lo que pasará cuando esto suceda, todos sabemos que la aparición de los tales ‘hilos’ marca la transición de la juventud a la madurez del hombre.

A pesar de que a muchos les preocupa este cambio, las mujeres opinan que la madurez hace al hombre “más interesante”; pero el verdadero problema surge cuando los hilos ya no son hilos sino una capota blanca que cubre toda la cabeza...

Empiezan entonces a aparecer ciertos síntomas, propios de esa etapa de la vida, como cuando para leer el periódico debemos alejarlo de la cara y si vamos al oftalmólogo, éste nos mira raro porque no puede ocultar las ganas que le da de operarnos las cataratas; cuando todo tiempo pasado nos parece mejor; cuando, por pereza, sólo nos afeitamos una vez a la semana; cuando repetimos una y otra vez el mismo cuento, ante el mismo público; cuando con los amigos ya no hablamos de fiestas ni de bailes, sino del remedio para la artritis que nos curó “como con la mano”; cuando nos da pereza ir a peluquerías modernas, donde antes de motilarnos nos “acondicionan” con menjurjes, y preferimos que nuestra esposa nos ‘emparapete’ los mechones de pelo que nos quedan; cuando no resistimos los ‘aullidos’ de los locutores de fútbol y le quitamos el volumen a la TV. Cuando nos juntamos como ‘racimos’ con los amigos para poder oír lo que dice cada uno; cuando no entendemos la terminología moderna y asentimos a todo lo que dicen los jóvenes para no quedar como unos pendejos. Cuando todo esto suceda: abra el ojo, porque la cosa se está poniendo fea.

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