Los emigrantes españoles triunfan en Francia. El nuevo primer ministro, Manuel Valls, nació en Barcelona, y la nueva alcaldesa de París es de Cádiz, en Andalucía. Ambos militan en el Partido Socialista (PS). Podríamos felicitar a los franceses por esta muestra de apertura y multiculturalismo –algo bastante raro en la política europea– pero la realidad, desgraciadamente, es otra. Las elecciones locales en Francia del domingo pasado significaron un notable giro hacia la derecha con resultados espectaculares del ultraderechista y racista Frente Nacional de Marine Le Pen. Los socialistas del presidente François Hollande, por su parte, sufrieron un batacazo al perder miles de concejales y varios feudos históricos.

La reacción de Hollande fue poner al frente de su gobierno al mediático Valls, el socialista más valorado por los ciudadanos, debido, en buena parte, por su política de mano dura al frente del Ministerio de Interior. En vez de simpatizar con la gente de origen extranjero como él, Valls se ha cebado especialmente con ellos, al igual que hacía el expresidente Nicolás Sarkozy, de origen húngaro.

Los votantes socialistas han castigado al partido por las promesas incumplidas de Hollande cuando llegó al Palacio del Elíseo hace dos años. No solo prometió luchar contra las desigualdades en su país, sino que también afirmó que haría de contrapeso contra la Europa de la austeridad, dominada por la Alemania de Ángela Merkel. No lo consiguió, y quizás ni siquiera lo ha intentado de verdad. Como tantos otros líderes europeos, de izquierda y de derecha, Hollande no ha podido resistir a la presión de los mercados y de las instituciones de la Unión Europea que no dejan de insistir en los recortes presupuestarios y las reformas estructurales. Solo un día después de las elecciones locales, la Comisión Europea dejó un recado al Gobierno francés diciendo que esperaba más progreso en la lucha contra el déficit.

El encargado de llevar a cabo estas medidas es Valls, un liberal en lo económico, que cultiva buenos contactos con la élite empresarial y financiera de la república gala. Para tapar el hecho de que la política económica del PS no se diferencia tanto de la del gobierno conservador de Sarkozy, Hollande y Valls recurren al miedo de buena parte de la sociedad por las amenazas a la seguridad y la supuesta avalancha de extranjeros que ‘abusan’ del sistema de bienestar. Con la crisis económica este miedo se extiende por todo el Viejo Continente.

La mezcla de mano dura y política económica liberal enajena a la izquierda –los verdes han rechazado seguir participando en el Gobierno–. Los socialistas pretenden recuperar votos que se han ido a la ultraderecha de Le Pen en los feudos obreros y de clase media donde antes ganaba el PS. Es una apuesta arriesgada. El primer test será en las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo. De momento, algunas encuestas dan como ganador al Frente Nacional.

@thiloschafer