Ningún medio ni crítico en Colombia, que yo sepa, ha incluido en su lista de los mejores libros de 2013 el que quiero resaltar hoy aquí, no obstante que, y no sólo mi juicio, es de lejos la más sensacional novedad bibliográfica del año que mañana termina.

Ello me sorprende, pues los logros de este libro son tan evidentes que, de hecho, el que yo lo destaque no encierra mérito alguno.

Se trata de Hamlet, príncipe de Dinamarca (aunque en la edición española figura, y a secas, como Hamleto), una obra dramática del género trágico que, en mi edición, que es la mexicana, alcanza apenas 120 páginas.

Su autor es el joven guionista y dramaturgo inglés William Shakespeare, hasta ahora conocido por la miniserie para televisión Romeo y Julieta, una historia de amor de tintes melodramáticos realizada por la BBC y por la cual obtuvo hará una década el premio Bafta al mejor guión original para la pantalla chica.

La obra ha recibido grandes elogios en el mundo anglosajón. Harold Bloom, en particular, ha llegado hasta decir que “Hamlet es la primera gran tragedia escrita después del ciclo de Edipo de Sófocles, la trilogía de Agamenón de Esquilo y el phatos humano que llevó Eurípides al escenario ateniense”.

Es decir, anticipa que será un clásico universal. No hay duda que lo será y ello implica que más pronto que tarde empezarán a llover sesudas y eruditas páginas de análisis en todo el mundo acerca de esta tragedia, las que dilucidarán sus aspectos literarios y humanos más complejos (incluso en Colombia, donde hasta ahora ha pasado ignorada: preveo, por ejemplo, un brillante ensayo de William Ospina al respecto).

Lo cual me permite que yo, menos competente, me ocupe sin culpa de hacer dos o tres observaciones de carácter superficial.

Una de ellas es que uno de los agrados de la obra es su índole fantástica (pertenece a ese tipo de literatura fantástica en el que un solo pero decisivo hecho sobrenatural altera un orden rigurosamente realista que el autor, por lo demás, alumbra con un aguda luminosidad); otra es que el libro bien pudiera haberse titulado La muerte del padre, si no fuera porque el noruego Karl Ove Knausgård titula así la primera de las novelas de su hexalogía Mi lucha; en Hamlet, príncipe de Dinamarca, en efecto, la muerte violenta de los padres (tres en total) de cuatro de los personajes desencadena los conflictos que resultan cruciales en la historia y que terminan malogrando también la vida de estos últimos, salvo la de uno de ellos, Fortinbras, quien es el que al final resulta beneficiario de todo este “cuadro de pasmo y horrores”, como lo llama Horacio, que también sobrevive para contarlo. Incluso, puede decirse que la tragedia trata de los graves problemas que acarrea la parrifilia.

En un panorama editorial dominado por la novela y el periodismo literario, refresca invitar a leer una obra dramática: la hondura de ésta parece pulida por 412 años de lectura, pero es fresquísima.

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