Al margen de su condición de espectáculo y aperitivo pre mundialista; de su valor mediático y generador de expectativas; y de feliz excusa para el reencuentro de los grandes ídolos futboleros de todos los tiempos, la conformación de los grupos para la primera fase del Mundial deja, en realidad, dos informaciones medulares para la movilización inmediata de los directores de las selecciones: las sedes y los rivales.
Las primeras permiten diseñar la estrategia. Conocer, desde ahora, las condiciones climáticas de las ciudades, su altitud, sus centros de entrenamiento, su capacidad y calidad hotelera, se convierte en el sustentáculo de la planificación. Teniendo en cuenta estos factores, los cuerpos técnicos programan las prácticas a determinadas horas, se instalan en un lugar de concentración equidistante a los sitios de entrenamientos, confirman los itinerarios de vuelo, etc.
En definitiva, lo que construyen las selecciones a partir de saber dónde van a convivir y competir, es la ruta de navegación. Esa misma que sirve para saber por dónde van a caminar en la búsqueda de la clasificación a otras instancias. La segunda información, la de saber el nombre de los rivales, en principio genera dos tipos de percepciones: por una parte la del hincha, que generalmente por su vinculación sentimental, extrema el grado de confianza; o mucha o nada.
Grupo fácil o accesible y grupo de la “muerte” son los adjetivos que nacen, de acuerdo al impacto que logró tener el nombre de una selección rival en el ánimo de un hincha. Y la otra, la de los técnicos y jugadores, obviamente más equilibrada y menos vaticinadora, se encamina más hacia el conocimiento individual y grupal de los contrincantes.
Cuáles son sus jugadores referentes, quién los dirige. Cómo juegan, qué modelo táctico emplean, cuál es la idea básica que sostiene el estilo. En ese sentido, y deteniéndonos en los opositores que le correspondieron a Colombia; Grecia, Costa de Marfil y Japón, la selección que dirige José Pékerman se va topar con disímiles perfiles. Los griegos fundamentan su actitud competitiva en una estructura defensiva férrea, disciplinada y con un gran soporte físico.
Sin exquisiteces técnicas y resoluciones individuales sobresalientes. Costa de Marfil es una combinación de la potencia y el manejo fértil del balón: Drogba y Touré Yayá son la individualización del rasgo grupal. Un gran Ímpetu físico dirigido por una buena condición técnica, distracciones defensivas y fisuras anímicas, completan un poco más el perfil. Y Japón, confía en la habilidad, el juego asociado y el veloz desplazamiento con y sin el balón de sus jugadores. Rico técnicamente, distraído defensivamente. Grecia, Costa de marfil y Japón, tres oposiciones distintas para el sueño colombiano.