Hemos recibido la visita del papa Francisco a las áreas culturales más pobladas de nuestra América, cuales son Brasil y las inmensas Río de Janeiro y Sao Paulo. Indudablemente, todas las grandes regiones de todos los países son más o menos de la misma complejidad. Pero existen algunas que, por su tamaño o su densidad poblacional, son más complicadas y más incuestionables. Pensemos en Sao Paulo.

Tendremos, paulatinamente, que acomodarnos a nuevos hábitos para entender, comprender, la nueva realidad que se nos avecina y que será necesaria no solo para enfrentarnos a quienes son distintos a nosotros sino también a quienes percibimos similares. Desde estas ciudades ultramodernas y complejas, superpobladas, que nos presentan de entrada la paradójica desigualdad social, riqueza-pobreza, abusos-fraternidad, injusticias-solidaridad.

El papa Francisco aborda con valentía y con fuerza el panorama de la pobreza actual, que para todos es incuestionable y vergonzosa.

En la periferia de las grandes ciudades está la pobreza, rayando la inequidad y al filo de los sin ley. En la periferia de todas las ciudades se presenta su rostro feroz, avasallador, descarado, arrogante, amenazante.

Por otra parte, en estas vastas regiones se nos presenta la vivencia religiosa, con rasgos nuevos, proselitistas, embaucadores, abusivos de la buena fe del pueblo. Se siente la dolorosa experiencia de estar atrapados en una inevitable ratonera.

El papa Francisco les ha dejado a los jóvenes la tarea inmediata de que sean ellos los protagonistas de la construcción de un mundo mejor. Hay esperanza.

Por Jesús Sáenz de Ibarra