“Queda en la Patagonia” determinaba lejanía, casi el fin del mundo y, peor aún, decirle a alguien “vete a la Patagonia” era el equivalente a mandarlo al lugar adecuado.
Pues resulta que la Patagonia es una pata de Argentina que Colombia y nuestra recién posesionada vice de Turismo, la dinámica Tatiana Orozco, deberían mirar como referencia de un modelo de turismo internacional. Todo nació de proyectos consolidados a partir de una oferta gratuita de la naturaleza y del espíritu pionero de decenas de inmigrantes italianos, ingleses y alemanes que se hermanaron con la garra gaucha.
Por supuesto, hay que sumarle el empeño de gobiernos como el de Juan Domingo Perón, comprometidos con su soberanía, y el de empresarios que apostaron a invertir en un lugar inhóspito, frío, húmedo y lejano.
Lo particular es que de esas características interpretadas al principio como debilidades, los argentinos construyeron un emporio turístico al que truene, llueve, nieve o relampaguee viene un caudal de ávidos consumidores del vecino y cercano Chile, de Brasil, Estados Unidos y de Europa en general.
Hay que ver las estructuras hoteleras como la del Llao Llao, un pedazo de Los Pirineos en Suramérica, el sitio donde se hacen las cumbres presidenciales de Mercosur y que transporta de manera automática a otro continente, en el imaginario vendido por el cine.
Lo que no se sabía era que ese imaginario estaba aquí, a siete horas de Barranquilla, en español y con una moneda menos dura. Pero como las comparaciones son odiosas y nosotros tenemos muchos destinos extraordinarios, la referencia es solo para dar ejemplo de la ruta en la que deberíamos ir. No en vano Argentina es el quinto país en el mundo, después de España, Francia, Estados Unidos y México, que más visitantes recibe, y produce, a partir de este proyecto turístico, empleo como mil fábricas que contaminan.
Oír a un bien formado guía de la región, experto en asuntos ambientales, lleno de información y datos que circundan lo geográfico, lo climático y lo histórico no deja de dar envidia cuando recordamos la incipiente calidad de los nuestros, en términos generales.
Los de la Patagonia son un inevitable gancho para quien visita, que, sin duda, consume y repite. Se debe en buena parte a las fortalezas académicas y a las exigencias normativas para ejercer ese oficio, cuya influencia es más importante que un apoltronado burócrata de asuntos de Estado.
Todo esto viene porque, comparativamente, las cifras que podemos marcar con el TLC en el rubro de turismo serían más generosas si el país abriera esa puerta que es la de las exigencias a la mejor formación y por supuesto a mejores estructuras de nuestra oferta tropical y andina, que incluye turismo cultural y antropológico.
¿O qué tal la Defensoría del Turista?, regentada por un canciller cuyas oficinas funcionan con éxito en una esquina de La Boca, San Telmo y Puerto Madero, y son regentadas por José Palmiotti, un personaje sacado de un clásico italiano, capo di tutti los capos del turismo y aguerrido luchador de los derechos de quienes visitan ese país. Una nueva forma de defender a la humanidad.
Por Humberto Mendieta
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