Mi sugerencia es superar el abuso de las narrativas falsas con hechos y datos, no dejándose llevar por discursos populistas y contrastando las cifras. Es desafiante, pero en una democracia es necesario.
Lo más sorprendente de este gobierno es que no existe la responsabilidad política. Una cosa es la responsabilidad penal -que se rige por el debido proceso y las garantías judiciales consagradas en la Constitución y en la Convención Americana de Derechos Humanos- y otra muy distinta es la responsabilidad política.
Transformar no es destruir lo anterior, es darle un nuevo sentido, es conectar conocimiento con acción y teoría con vida. Es enseñar a cuidar la casa común, a construir paz y justicia desde cada aula, cada pantalla, cada conversación.
Tal vez la clave para transformar a Colombia esté en buscar activamente conversaciones más profundas, menos mecánicas y con personas que nos recuerden que el país va mucho más allá de nuestro círculo cercano —cualquiera que este sea—.