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Cuando yo era joven y cursaba segundo de bachillerato, la profesora de castellano nos puso a leer La Ilíada y La Odisea. Recuerdo que protestamos, como todo adolescente que prefiere lo inmediato, lo sencillo, lo superficial. Pero ella insistió. No solo debíamos leerlas, también hacer el análisis literario de ambas obras. Fue una tarea pesada al principio, pero a mí, esa lectura me marcó. De Ulises recuerdo algo que no he olvidado jamás: su resistencia.

Porque si hay un personaje en la literatura que simboliza lo que significa aguantar, adaptarse, sobrevivir, ese es Ulises. A mi modo de ver, su historia es una sucesión de pruebas con un único hilo conductor: la voluntad inquebrantable de regresar. ¿Quién más se enfrenta a cíclopes, sirenas, dioses y tempestades, sin rendirse, sin perder el rumbo, sin dejarse quebrar por el tiempo?

Recuerdo especialmente el episodio con Polifemo. Estaba atrapado, sin armas, pero usó su astucia. Y, al cegar al cíclope, logró escapar. Esta historia muestra que perseverar también implica pensar, no solo aguantar. Luego está su encuentro con las sirenas: sabía que no podía resistirse a su canto, así que se hizo atar al mástil. ¿No es eso un acto de resistencia planificada? Saber que caerás, pero prever la caída y sobrevivirla.

Y qué decir del descenso al Hades. Va hasta el inframundo a buscar respuestas. ¿Acaso hay mayor símbolo de valor que el que se interna en la oscuridad para seguir adelante?

Ulises resistió el olvido. Resistió la comodidad de quedarse donde era adorado. Resistió, sobre todo, la tentación de rendirse y olvidar quién era. Pudo haberse quedado con Calipso en la isla Ogigia, en un paraíso que le ofrecía lo que cualquier mortal envidiaría: placer sin límites y juventud eterna. Pero eligió irse. Eligió la incertidumbre del mar, el dolor de las heridas, la larga espera, con tal de volver a Ítaca, donde lo esperaban Penélope, Telémaco y su arraigo.

Para mí, renunciar a la eternidad por amor, por lealtad, por memoria, es de valientes. Es de humanos. Por eso, sigo creyendo que es el personaje más humano de toda la mitología griega. No tiene la fuerza de Aquiles ni la fatalidad de Edipo. Pero tiene algo más difícil de encontrar: la voluntad de no olvidarse de sí mismo. Es un hombre que cae, duda, llora, se pierde… pero sigue. Y en eso, se parece tanto a nosotros.

Ahora bien, he vuelto a leer La Odisea en varias ocasiones y me surge: ¿quién es realmente Ulises? ¿Es el consentido de Atenea, protegido por una diosa que lo salva una y otra vez? ¿Es el favorito de Homero, que le dedica una epopeya entera como tributo? ¿O es más bien el asesino sin escrúpulos que aparece en la guerra de Troya, calculador, frío, capaz de usar la mentira como estrategia?

Decidí quedarme con el símbolo del viajero que ha resistido todo. El que nos enseña, incluso hoy, que hay que resistir. Que los ataques vendrán y los tiempos difíciles nos pondrán a prueba. Pero si logramos tener un corazón esforzado que aprende a adaptarse sin claudicar, entonces podremos cruzar cualquier mar.

Por eso, cuando sintamos que el mundo se nos viene encima, cuando parezca que no hay salida, que las fuerzas nos abandonan y la esperanza se tambalea, pensemos en Ulises. Pensemos en su mirada fija en Ítaca, en su corazón aferrado a su hogar, en su cuerpo herido, pero siempre en pie. En lo personal, creo que recordar su viaje nos devuelve algo que a veces perdemos: la fuerza de voluntad.

Para concluir, décadas después de aquella aula donde protesté por tener que leer obras tan extensas, comprendo que la profesora no nos estaba enseñando mitología: nos estaba dando un espejo y un mapa para navegar la vida. Ulises, el que resistió, sigue ahí —en sus versos y en nosotros— recordándonos que ningún mal es eterno.

Luis Hernán Tabares Agudelo

Abogado