Luego de quedar aprisionado en la nada por unos instantes, en su mente se proyectó el recorrido de una carretera que tenía una línea punteada de color amarillo. En este lugar existía el tiempo: por ende, en principio, el recorrido avanzaba a paso lento, muy lento. Pero luego despegó con velocidad desmesurada y fue cuando sus ojos se abrieron para encontrarse varios rostros difuminados que observaban su cuerpo.
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Las imágenes, como proyectiles, impactaron su cerebro en milésimas de segundo: su mano sosteniendo la manija interior de la pequeña camioneta; el movimiento desenfrenado del parabrisas para remover la lluvia del vidrio; el freno repentino que lo levantó de su inconsciencia; la primera, segunda y múltiples vueltas que dio el vehículo, y luego la nada. Al terminarse aquella vaga proyección, entró en razón y apareció el dolor.
“No le tengo miedo a la muerte. Mi hermana me preguntaba si no me daba miedo hablar de ese tema y le respondí: –Precisamente lo hago porque siento que haber pasado por ahí me da una autoridad para hacerlo–. Cuando llegue (la muerte) a mí, me iré. Por ahora, estoy aquí”, pronunció el barranquillero Mario Bustillo mientras que sus manos escenificaban sus palabras y sus ojos reflejaban convicción.
Al maestro de arte dramático de la Universidad del Atlántico el accidente de tránsito le reveló su vida. Nunca antes estuvo tan cerca de la muerte, pero tampoco estuvo nunca antes tan consciente de la vida y de la importancia de vivirla. Luego de salir con signos vitales de la carretera, supo que debía vivir para contar, a través de su disciplina, el nuevo concepto que tenía de enfrentar este mundo.
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Por medio de la Secretaría de Tránsito de la Alcaldía de Barranquilla, Bustillo funge en su rol de educador vial a través de obras de teatro, sabiendo que el mensaje del arte lo entiende primero el alma y luego la mente. Ya sea a través de dramatizados, espectáculo de títeres, payasos o mimos, el mensaje va más allá de respetar las leyes de tránsito: se trata de reconocer nuestra vulnerabilidad y valorar cada instante en la tierra así sea, al menos, frente al volante.
El actor es el director de Viento Recio, un espacio pedagógico conformado por un grupo de aprendices. Con este equipo también interpreta Póstumo, una obra, dirigida y protagonizada por él, que emergió con lo que vivió en el accidente.
Es, a consideración subjetiva, un drama que escenifica la reconciliación del ser humano con la muerte: allí crea un concepto inmersivo, avasallante y liberador de aceptar el destino de todos.
“Mi conexión con el teatro siempre ha sido la de contar las cosas que quiero contar, pero de una forma diferente. (...) De chiquito uno no dice: –Yo quiero ser payaso–. De pronto es algo que no solo acepté, sino que me escogió”, reveló.
Un aparatoso accidente
—Te amo, señor. Te alabo y te bendigo, rey de Gloria— musitó por primera vez Mario aún sin entender lo que había acontecido, aún sin conocer la gravedad de sus heridas. Fueron palabras que, en efecto, no se convirtieron en polvo de verbo: hoy son una declaración de vida para Mario.

En ese momento, al recuperar la conciencia, observaba el cielo nublado, los árboles altos, la preocupación en la cara de quienes lo rodeaban, y la mano de su amigo Johnny Carvajal sosteniendo la suya.
—Tuvimos un accidente, ¿cierto? ¿Todos están bien? — le preguntó Mario muy adolorido y Carvajal le dijo que sí.
— Entonces fue a mí el único que le pasó algo — afirmó el entonces joven de 24 años. Y Johnny, intentando calmarlo, le respondió:
—No, tú estás bien.
Era un 7 de agosto del 2014, casualmente el día en el que Juan Manuel Santos se posesionó como nuevo presidente de Colombia, cuando Mario tuvo el accidente. Estaba visitando a su hermana, quien vive en Apartadó, Antioquia. Se fue muy temprano, a las cinco de la mañana, ya que ese día debía completar un ensayo con los Doctores de la Risa en Barranquilla. Salió con la esperanza de llegar a tiempo, pero todo cambió a mitad de camino.
Como cualquier evento inesperado, no se le cruzó por su mente lo que iba a acontecer aquel jueves: la carretera de Urabá estaba bastante deteriorada. Llovía, no tan fuerte, pero sí lo suficiente para inundar la calle. Mario recuerda que el conductor iba rápido, pero aún así logró dormirse. Iba con otros pasajeros, quienes afirman que el conductor tenía acciones indebidas de manipular su teléfono.
“Fue entonces cuando nos sorprende un tramo de la carretera, el cual tenía lodo en la vía producto de un deslizamiento de tierra que se originó a raíz de las lluvias. Cuando el conductor encuentra esto, lo primero que hace es accionar su freno, pero pierde el control, el vehículo se desequilibra y empieza a dar vueltas”, rememoró.
Con el primer giro que da el carro, Mario recibe un impacto fuerte en el lateral derecho de su cabeza. De ese momento, solo resguarda en su memoria imágenes borrosas, como cuando, por accidente, se enciende la cámara de tu teléfono y graba tomas aleatorias.
En una vuelta, se sale Mario del carro, arrastrando su rostro sobre el asfalto (lo que posteriormente se tuvo que reconstruir, junto con su oreja, que también se vio afectada), así también como sus brazos y su pecho. Su cuerpo quedó, finalmente, debajo del vehículo y cayó inconsciente.
Afortunadamente, pudieron sacar a Mario con la ayuda de más personas. Por un lado, Johnny observaba, quizás consternado, el estado grave de Bustillo, quien estaba cubierto de lodo y de sangre. Al cuerpo del barranquillero lo acomodaron y a su alrededor se realizó una cadena de oración implorando por la salvación del artista.
Ensanchar la finitud de la vida
Ahora todo recae bajo la premisa de seguir viviendo. A partir de aquel momento, Mario se desprendió del mundo físico, porque entendió que no le dolía la posibilidad de dejar lo material, sino sus vínculos más estrechos, como el de su mamá y su hermana. Aún quería hacer muchas cosas y aún tenía mucha gente por conocer. Tenía mucho por vivir.
“Por eso algo que aprendí es que, de ahí en adelante, todo lo que hago lo valoro mucho. ¿Por qué? Porque digo: –No me podía morir, porque me hacía falta hacer esta cosa–. A donde vaya y donde esté digo: –No me podía morir porque tenía que conocer a esta persona. No me podía morir porque todavía hay personas que necesitan conocer una historia de vida como esta–”, añadió.
Entendió que se trata de celebrar hasta el mínimo pulso. Puesto que hasta que se esfume el tiempo, habrá oportunidad de realizar lo que deseamos, habrá oportunidad de vivir.
“A veces me afano y me preocupo, como todos. Pero me acuerdo de que estoy vivo y se me pasa. (...) Llegué a querer hacer todo lo que no había hecho. Quería hacerlo todo, pero alguien me hizo caer en cuenta con esto: –Tú estás vivo para vivir, no para creer que no te va a alcanzar el tiempo para hacer lo que tienes que hacer–”, sentenció.
Once años después de la tragedia, Mario entiende que vive y que vale la pena contarles a otros lo que atravesó; su meta es sembrar la inquietud de que hay algo fuera de nuestro entendimiento que incide en este mundo material.
Sabe con convicción que si sobrevivió no fue para preocuparse —aunque lo haga, porque es totalmente humano—, sino para que viva y disfrute cada temporada: “Es complicado, pero entenderlo fue liberador. Y es ese, precisamente, el mensaje de Póstumo. Ahora me río de la muerte; por alguna extraña razón no terminó su trabajo. Ahora me río de la muerte, y cuando llegue, llegará, pero ahora no, todavía no”.
Para el costeño, se debe a un milagro el hecho de sobrevivir y su rápida recuperación tras haber sido declarado con politraumatismo en su cuerpo.
“Empiezan preguntas que no tienen respuesta clara: ¿cómo, siendo tan delgado, después de un golpe así, con costillas rotas, no se me perforaron los órganos? Empiezan a aparecer inquietudes que hasta el día de hoy solo me confirman que hubo una intervención sobrenatural”, sentenció.
Mario aceptó su destino y ya no le teme a la muerte. Muy bien lo planteó el filósofo español Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida, escrito en el que aseveró que no hay que temer a la muerte pues nunca “coexistimos con ella”, ya que “mientras estamos nosotros, no está la muerte; y cuando finalmente llega, dejamos de estar nosotros”.