La primera vez que Andrea Manjarrez pensó en morir no fue por una enfermedad ni por tristeza. Fue por el cuerpo que veía en el espejo. Un cuerpo que, según la dictadura de las redes sociales y los comentarios camuflados de familiares y amigas, no era el correcto. Tenía 32 años, dos hijos, una vida entera que cuidar, y sin embargo estuvo a punto de dejarlo todo en manos de un bisturí clandestino.
Durante meses convivió con una presión invisible, pero asfixiante. La misma que se esconde detrás de frases como “tú podrías estar más bonita” o “deberías pensar en ti”. Cansada de dietas extremas, pastillas ‘mágicas’ y de compararse con otros cuerpos, tomó la peor decisión de su vida: someterse a un baipás gástrico con una esteticista, en un lugar que no era una clínica.
“Recuerdo que odiaba verme gorda y empecé a caminar centros de estética con la finalidad de que no fuera tan costoso y un día de esos conocí a una esteticista que me dijo que una vez le había realizado ese procedimiento a un familiar y mi desesperación era tanta que me dejé llevar y le dije que sí”.
Andrea tenía la fecha lista, ya había adelantado algo de su pago y solo faltaba que llegara el día. Pero una semana antes de que esto ocurriera su hija le entregó una hoja en donde la había dibujado a ella, expresándole: “Mamá, eres muy hermosa”.
Esa imagen la quebró. “Si algo me pasa, ¿quién la va a cuidar? Fue lo que empecé a pensar en ese momento porque también conocía los riesgos, pero me quería aferrar a que todo iba a estar bien. Gracias a Dios recapacité a tiempo y decidí usar otras técnicas”.
Comenzó a ir, una vez por semana, a una estética natural de confianza, cambió su alimentación y empezó a correr por las mañanas. Hoy, Andrea ha bajado ocho kilos. Pero más que eso, ha soltado culpas. Se mira al espejo y, aunque aún duda algunos días, ya no se insulta.
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“Fue un proceso difícil, pero lo logré. Con ayuda de mi familia, aprendiendo a quererme y a hacer las cosas más por salud que por cualquier otra cosa”.
Cuerpos heridos
A Andrea Manjarrez la salvó una hoja dibujada por su hija. A Carolina Marenco no la salvó nadie. El miércoles 24 de abril, a sus 28 años, se sometió a una liposucción realizada, al parecer, por una compañera de trabajo: una instrumentadora quirúrgica sin licencia para operar en un centro médico no especializado para el procedimiento, y el final fue trágico. La joven murió.
“Mi jefe me acaba de decir: te me estás engordando, ¿Cómo así? Entonces mis idas al gimnasio, ¿qué son? Es que yo como mucho, ese es el problema”, dijo Marenco a través de un video publicado el pasado 21 de febrero en su cuenta de TikTok.
Esa frase es hoy es una especie de epitafio premonitorio. En ella, la joven cosmetóloga barranquillera dejaba ver la presión constante que sentía sobre su cuerpo, aun trabajando dentro del mundo de la estética.
La psicóloga clínica Daniela Granados explicó que el deseo incesante de modificar el cuerpo puede terminar desdibujando la identidad de las mujeres y debilitando su salud emocional. Y es que la presión estética deja secuelas invisibles que no sanan con bisturí.
Carolina tenía una insatisfacción que para la psicóloga es una cárcel emocional. Cuando el cuerpo se convierte en una tarea interminable, en un proyecto que nunca se termina, la identidad empieza a desdibujarse y la autoestima se vuelve frágil, vulnerable, dependiente del próximo procedimiento, del próximo cumplido, de la próxima talla.
“Esto puede conllevar a trastornos como la dismorfia corporal, ansiedad, depresión o incluso dependencia emocional al reconocimiento externo. Esto termina generando un ciclo de insatisfacción y necesidad de realizarse nuevos procedimientos, y además refuerza la idea en la persona de que ese valor personal depende únicamente de la apariencia, dejando muy poco espacio para reconocer otras dimensiones del ser, como es la creatividad, la inteligencia, todas esas habilidades y recursos emocionales”.
No es lo mismo transformar el cuerpo desde el amor que desde el castigo, mirarse al espejo con aceptación que con rabia. Y no es lo mismo operarse por elección propia, informada y segura, que hacerlo desde la urgencia de encajar o cumplir estándares ajenos.
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“Entonces el problema no es ese deseo de uno cuidarse, de verse mejor, sino esa intención o ese motivo que impulsa ese deseo. Cuando eso nace desde la autoexigencia o de la presión externa, esto va a generar dificultades a nivel emocional”, puntualizó Granados.
Signos de alerta
La historia ha desatado interrogantes como: ¿desde qué lugar se toman estas decisiones? ¿Desde el deseo genuino de bienestar o desde un dolor emocional mal canalizado?
De acuerdo con la psicóloga clínica, hay varios indicadores que pueden alertar de que una mujer está considerando una cirugía desde un estado emocional muy vulnerable, y no desde una decisión consciente y saludable.
“Algunos de estos signos pueden ser tener expectativas irreales creyendo que la operación va a solucionar problemas emocionales o mejorar radicalmente su vida social o su vida afectiva”.
Además, muchas mujeres expresan una percepción extremadamente negativa de su cuerpo, que no coincide ni con la realidad ni con la opinión de su entorno.
“Hay una autoimagen distorsionada donde se expresa una percepción negativa de su cuerpo, la cual no coincide con la realidad ni con lo que está observando en su entorno, conductas impulsivas, una persona que tome decisiones rápidas sin revisar segundas opiniones ni evaluar los riesgos o que cambie constantemente sobre qué es lo que se va a operar, cuál es esa parte del cuerpo que desea operarse, por otro lado está esa dependencia de ese juicio externo”.
Y por último, un estado emocional inestable en una persona que experimenta constantemente tristeza, tiene una baja autoestima, sufre de episodios de ansiedad, de depresión o está atravesando momentos difíciles como una ruptura, duelo o conflicto a nivel personal.
En medio de esta coyuntura, muchos se preguntan: ¿Quién puede realizar estos procedimientos? ¿Qué riesgos se corren cuando se ejecutan fuera de un quirófano? ¿Por qué, siendo cosmetóloga, Carolina accedió a una intervención de ese tipo en una cabina estética?
La esteticista Atala Retamoza expresó: “Estos procedimientos no deben realizarse ni por esteticistas, ni por personal que no esté capacitado como los cirujanos plásticos. Solo los médicos estéticos o cirujanos plásticos están autorizados para hacer liposucciones”.
En su explicación, la profesional enfatizó en la importancia de diferenciar los roles: “Nosotras, las esteticistas y cosmetólogas, entramos en la parte postquirúrgica. Nuestro trabajo comienza 48 horas después del procedimiento, cuando el paciente está en recuperación y necesita drenajes linfáticos manuales para activar el sistema linfático y eliminar los líquidos retenidos”.

Pero en el caso de Carolina, no hubo postquirúrgico. Su cuerpo no soportó el procedimiento. Según la esteticista, “una instrumentadora quirúrgica, aunque tenga conocimiento técnico, no está autorizada para realizar ese tipo de intervenciones. Su función es asistir al cirujano y al anestesiólogo, no ejecutar el procedimiento”.
Además, mencionó el error del escenario en el que se practicó la cirugía: “Esto no se hace en cabinas ni en centros estéticos. Es una intervención quirúrgica que requiere quirófano, monitoreo, anestesia administrada por profesionales. Si ella hubiera estado en una clínica, probablemente se habría podido salvar, porque los médicos pueden actuar de inmediato ante cualquier falla”.
El arte de cuidar el cuerpo desde adentro
La estética natural se ha convertido en una opción para aquellas que no desean correr riesgos. De acuerdo con el químico farmacéutico Roque Barros, es un proceso pausado, respetuoso con el cuerpo, que se toma su tiempo, que escucha.
“No hay bisturí, no hay anestesia. Hay manos, hay rituales, hay ingredientes que vienen de la tierra. Y sobre todo, hay conciencia”. Por ello, invita a que antes de lanzarse a una cirugía, el llamado es a detenerse. Hacer una pausa. Escuchar el cuerpo, escuchar la historia que habita en él, y preguntarse si el deseo es realmente propio o impuesto por miradas ajenas.
“Rodéate de información, pero también de amor propio. Valora lo que ya tienes y explora primero todo lo que puede hacer por ti el cuidado consciente...Todo se refleja en la piel”.
Así resume la dermatóloga y especialista en medicina estética Ruby Coll la devastadora realidad que llega a su consultorio cuando una persona decide hacerse un procedimiento estético con personal no calificado.
“Muchas de las complicaciones que tratamos son los inesteticismos: cuando rellenan con materiales de baja calidad, o no aptos, aparecen edemas, inflamaciones y deformaciones. La cara es lo más afectado”.